El peronismo de la derrota

Sin las principales gobernaciones del país, el PJ se encuentra ante un escenario similar al de 1983. La renovación que se viene y la convivencia con Macri presidente

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Carlos Zannini, es decir Cristina Kirchner, siguió monitoreando hasta el último minuto la campaña del Frente para la Victoria (FpV) que terminó en derrota para el oficialismo. El sciolismo sufrió especialmente la falta de fondos, y tampoco los sectores privados acudieron en su auxilio. En cambio, el frustrado candidato a vicepresidente dirigió aquí y allá las partidas que se necesitaban, con un objetivo preciso: evitar un derrumbe escandaloso y dejar al kirchnerismo en la línea de largada para liderar la oposición a partir del 11 de diciembre.

Notable la fortaleza de la todavía Presidente, que a látigo y chequera sigue manteniendo en un puño el control de lo que queda del peronismo. Que finalmente no es tan poco como decían las encuestas. Ya no gobernará la provincia de Buenos Aires, pero el FpV ganó la primera vuelta presidencial por poco. También gran cantidad de provincias sobre las que se auguraba un triunfo para Cambiemos, como Tucumán, La Pampa, también Entre Ríos.

Con dignidad y sin hocicar nunca, Cristina llevó al peronismo a la derrota. Y los peronistas casi que no dijeron ni "mu", domesticados como están a un sistema de poder al que se animan a criticar ahora un poco en voz alta, pero del que no pudieron salir ni siquiera ante la inminencia del nuevo escenario.

Una importante fuente del peronismo bonaerense contó que pocos días antes de morir, Juan Carlos "Chueco" Mazzón tuvo una reunión con Scioli para decirle que no tenía ninguna opción de evitar la segunda vuelta si no se enfrentaba claramente a Cristina y mostraba independencia. Su razonamiento fue sencillo. Los votos kirchneristas estaban asegurados, y lo votarían aunque sea con disgusto, pero podría captar votos peronistas e independientes antikirchneristas, que eran mayoría. Scioli lo escuchó, no le discutió, y tomó el camino contrario. Por cierto, Mazzón se salvó de ver al peronismo derrotado en las urnas.

Con la llegada de Cambiemos al poder, que concentrará los resortes de las decisiones nacionales y de la principal provincia de la Argentina, el mapa político ya no será el mismo. Aunque el peronismo haya ganado en Formosa y Santiago del Estero, en Florencio Varela o en Esteban Echeverría, son infinitas las posibilidades que tendrá el nuevo oficialismo para influir en las políticas de cada distrito. Desde las oficinas locales de la Anses, hasta la del PAMI, pasando por la de la AFIP, la del Correo Argentino y la del Banco Nación, por decir solo algunas, el gobierno nacional tiene capacidad de influir en todas las provincias, al igual que el gobierno provincial en las intendencias.

Está claro que Cambiemos no ejercerá el látigo al estilo kirchnerista, porque su manera de construir poder es distinta. Sin embargo, promoverá un uso racional y equitativo de los fondos coparticipables, centrados en la buena gestión gubernamental, realizando un sistema de premios y castigos basado en la capacidad de atraer inversiones genuinas para el despegue de las vapuleadas economías regionales.

Mientras tanto, el peronismo inicia un nuevo camino para recuperar la mayoría. No resultará fácil. La victoria de Mauricio Macri, un líder del siglo XXI, anuncia el entierro de las formas de hacer política propias del siglo XX. No será de un día para el otro, pero es un proceso irreversible y será en todo el país.

El peronismo cree que puede construir una renovación similar a la de Cafiero

Buena parte de la dirigencia peronista –incluido Sergio Massa, uno de los pocos que supo ponerle límite al kirchnerismo cuando eso suponía un verdadero riesgo político pero también personal y familiar– cree que puede construirse un proceso de renovación similar al que lideró Antonio Cafiero después de la derrota del PJ en 1983. Algo parecido creen Juan Manuel Urtubey, Florencio Randazzo, Omar Perotti, dirigentes que innegablemente quedaron muy bien parados para los tiempos que vienen.

Efectivamente, el 30 de octubre de 1983 ganó Raúl Alfonsín la Presidencia, y los radicales ganaron la provincia de Buenos Aires, y otros distritos muy imperantes como Mendoza, Córdoba, Entre Ríos y Misiones. Perdieron, en cambio, Santa Fe, y la mayoría de los distritos del NEA y el NOA, Jujuy por ejemplo.

El mapa de 1983 no es idéntico al de 2015, pero es comparable porque en esta elección también perdió el peronismo y la coalición ganadora avanzó sobre territorios que se creían inexpugnables. Sin embargo, hay varios detalles que hacen de este nuevo proceso político algo distinto.

Primero, Macri demostró con sus ocho años como jefe de Gobierno de la Ciudad que es un gran gestor, alguien que sabe formar equipos que hacen la diferencia a la hora de gobernar. Segundo, Macri no correrá riesgos de tipo ideológicos con el sindicalismo ni con nadie. No carga con ninguna mochila y, por el contrario, mostró un importante pragmatismo a la hora de tomar decisiones. Tercero, Macri no es radical ni peronista, no tiene nada contra ellos y, en general, busca a integrar a todos.

No le va a resultar fácil al peronismo enfrentarse con Macri. Como diría Sun Tzu, los ejércitos se hacen realmente vencedores cuando no pueden ser encontrados. O como decimos en la Argentina, se necesitan dos para bailar el tango. El peronismo deberá aprender a convivir con un Macri que ya conoce las estrategias de sobrevivir –y ganar– en ambientes hostiles.

El peronista que crea que ya tiene la receta para ganarle a Macri en el 2019 desconoce el nuevo escenario configurado en el 2015, el año en que Argentina cambió.