Cristina Kirchner convirtió al peronismo en el partido del atraso

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Télam
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El autor es Director Ejecutivo de la revista Fortuna


Como epílogo burlón de la "década ganada", el kirchnerismo perdió en la primera vuelta en la franja más productiva y progresista de la Argentina: desde Buenos Aires a Mendoza, la llamada Zona Núcleo o Zona Centro del país. El lugar más próspero, que compite de igual a igual en el mercado global. En cambio, la candidatura de Daniel Scioli se hizo fuerte en el norte y en el sur; en especial, en el norte, donde sacó sus mejores números.


Es decir que las dos gestiones de Cristina Kirchner redujeron al peronismo a un partido de la periferia, del atraso, dominado —en general— por una red de oligarcas territoriales concentrados en mantener bajo control a sus clientelas electorales.


No solo conviene tener en cuenta el comportamiento electoral en la primera vuelta: ¿cómo calificar a un partido que desde hace siete años libra una batalla contra el campo, que, a esta altura, no solo son los cultivos de soja y otros granos sino también las industrias, los servicios y las exportaciones que de ellos se derivan?


Un partido enfrentado al sector más moderno y dinámico de la economía puede ganar otra elección presidencial; de hecho, el Partido de los Trabajadores venció en Brasil con los votos del Nordeste, en contra del sur y el sudoeste. Pero, ¿qué perspectiva política, qué horizonte puede tener una fuerza que apenas representa a la porción menos desarrollada de una sociedad? El calvario de la presidenta Dilma Rousseff se debe también a esta razón estructural.


Precisamente, el acierto de Brasil había sido que, primero con Fernando Henrique Cardoso y luego con Luiz Inácio Lula da Silva, durante 16 años los sectores más modernos dirigieron a todo el país favoreciendo un desarrollo integrado, lo más armonioso posible. Cardoso, que es un sociólogo destacado, lo explicó con una de sus frases secas: "En mi gobierno, el progreso condujo al atraso". En esas dos gestiones, el sudoeste y el sur habían conducido al Brasil.


Veamos otro plano. Juan Perón decía que había una sola política, la política internacional, y que de ella derivaba la política interna. Su doctrina era la Tercera Posición, equidistante tanto de Washington como de Moscú en función de los intereses nacionales y en alianza con países similares. La política exterior del peronismo bajo el kirchnerismo no estuvo definida por Washington —y eso es un mérito— pero sí por Caracas, por el socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez. Tanto fue así que cuando Chávez pulseó con Lula en la región, nos inclinamos por el líder venezolano, que a los ojos del kirchnerismo era una suerte de Perón, o de pre Perón para ser más precisos.


En realidad, el kirchnerismo parece haber tensionado al peronismo hacia un lugar que no es el suyo. De la misma manera que el menemismo, en los noventa, lo había llevado a posiciones ultra privatistas que también tenían poco que ver con su sensibilidad y su tradición.


Es bueno tener presente que hubo un tiempo en que el peronismo era una fuerza que impulsaba la movilidad social y el desarrollo nacional. Viejas buenas épocas en que sus candidatos no prometían mantener subsidios sino crear empleo formal y bien remunerado.


Luego de la derrota de 1999 a manos de la Alianza, el peronismo tuvo que iniciar un recambio en sus liderazgos territoriales y a nivel nacional. Como expliqué en mi libro Doce Noches, ese proceso quedó trunco por la gran crisis de 2001: cayó el gobierno de Fernando de la Rúa —víctima de sus errores, las peleas internas y la conspiración de sectores peronistas aliados con fracciones radicales— y los herederos de Perón se encontraron con que el fracaso de la Alianza les allanaba el retorno al poder. Sin esforzarse demasiado y sin completar la renovación de su dirigencia, hicieron lo que mejor saben: se adaptaron a las nuevas demandas de una sociedad moldeada por la peor crisis de su historia. Pragmatismo puro.


El balotaje del 22 de noviembre está abierto; si Scioli pierde, veremos cómo el peronismo cambia algo más que la piel si quiere tener chances en los próximos comicios. Pero, aún si Scioli gana, el peronismo tendrá que renovarse e ir al encuentro de los sectores más dinámicos de la economía y la sociedad; salvo que quiera languidecer peligrosamente como ocurre ahora con Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores en Brasil.