Súperpadres: qué hacer cuando la excesiva preocupación por los hijos desgasta la pareja

Las obligaciones del día a día y la preocupación de los padres por "estar en todo" muchas veces atentan contra la intimidad. Diez claves para no desatender la relación

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La cuenta es clara: madre y padre trabajan fuera de casa varias horas por día. A a eso se le debe sumar la culpa por no pasar más tiempo con los hijos. Y al resultado se le agrega atender la educación y crianza de los niños, que incluye ayudarlos en las tareas, acompañarlos a las innumerables actividades extraescolares y llevarlos a cuanto cumpleaños o evento social surja en la agenda de los menores. La lógica indica que en tal "combo" poco tiempo, espacio (¡y ganas!) quedan para el sexo.

El desafío de mantener la intimidad en la estructura de una nueva familia es uno de los problemas que las parejas deben encarar. "Generalmente no se piensa mucho en el asunto; por el contrario, se pasa a la acción sin reflexión posible, es decir: hay que hacer en lugar de pensar. Y hacer implica sostener el supuesto o la creencia preestablecida de que toda la atención y la energía deben estar dispuestas a los hijos, y, en caso de algún excedente, recién ahí, podrá ser usado por la pareja", reflexionó el doctor Walter Ghedin, médico psiquiatra y psicoterapeuta.

Se sabe que la educación de los hijos no es una tarea sencilla y que los padres tienen que atender mil y una responsabilidades, que deberán –además– conciliar con su trabajo y con su vida personal. Y en ese camino casi vertiginoso muchas parejas se olvidan de que antes de ser padres fueron amantes, y que antes de dedicarse a los cuidados de sus hijos tenían una relación, salían solos por las noches y tenían planes con amigos.

En la actualidad, es muy frecuente encontrar padres que, debido a su trabajo, se sienten culpables por no pasar más tiempo con sus hijos. Y sin embargo es muy poco frecuente encontrar parejas que sientan esa culpabilidad por no atender más su relación, aseguran los especialistas. Las consecuencias de no pasar tiempo con la pareja pueden terminar por disminuir la intimidad, las relaciones sexuales, la comunicación y los momentos de risas y diversión, y basar la relación tan sólo en los hijos. Pero ¿cómo se llega a eso?

"No es que los hijos sean culpables de las rupturas o los desgastes, ni mucho menos; lo que ocurre es que su llegada y su presencia impone nuevos y continuos retos que ponen a prueba la relación de pareja", analizó por su parte Ángel Luis Sánchez, director del Instituto de Desarrollo y Coaching de Madrid.

Y el "shock" suele notarse más en las parejas de padres primerizos, que sufren un cambio notable en sus vidas: las dinámicas cambian y hay que establecer nuevas normas y rutinas. Sin embargo, con la llegada del segundo hijo todas esas demandan aumentan y es "cuando sufren realmente el estrés del desbordamiento de tareas y la rutina inevitable y necesaria para que los niños crezcan en un ambiente seguro (con horarios y hábitos, que son sus primeras normas en casa)", agregaron por su parte Cecilia Martín y Marina García, directoras del Instituto de Psicología y Desarrollo Personal Psicode de Madrid.

"Si una pareja tiene sus momentos de intimidad, comunicación y complicidad, se sentirá más unida y conseguirán hacer mejor equipo para gestionar los momentos estresantes que surgen en el día a día", concluyeron las especialistas.

Al parecer, una de las claves para el buen funcionamiento de la pareja está en el reparto de los quehaceres relacionados con los hijos. De hecho, un nuevo estudio presentado recientemente en la en la 110a. Reunión Anual de la Asociación Sociológica Americana (ASA) mostró cómo las parejas que se repartían las tareas de sus hijos mantenían mayor calidad en su relación de pareja, incluso más frecuencia en sus encuentros sexuales. "Esto no significa que la igualdad tenga que ser exacta sino que, sobre todo, ambos lo perciban como que es justo y se sientan bien y compensados con ese reparto", indicó Sánchez.

Está claro que las dificultades en el cuidado y educación de los niños son grandes y, por ello, muchas relaciones de pareja se van deteriorando y no lo superan. De ahí que resulte tan importante atender a los diferentes roles: el de padre y el de pareja, lo que implica reservar tiempo para ambos. "Es necesario acordar (y luego respetar, que es aún más difícil) tiempos exclusivos para la pareja, pero sin medidas exactas de cuánto tiempo o cuántas veces debería ser, eso es algo que las parejas deben explorar, siendo conscientes y acordando entre los dos qué es lo que necesitan para estar bien", concluyó el especialista español.

Ghedin analizó, además, todo lo que ocurre en la conversión de mujer a madre: "La idea general del basamento biológico todavía sirve de eje para el armado de feminidad. Y esto queda demostrado con la maternidad, siendo la expresión máxima de un suceso natural (la procreación y el mantenimiento de la especie). Esta creencia, además de ser reduccionista o esencialista, subyuga el estatuto de mujer-madre a un proceso signado por las leyes de la naturaleza, diferente de la paternidad, rol social más que biológico, pasible entonces de dictar las leyes para el orden social (patriarcado) mientras la mujer debe ajustarse a la doble ley: la natural y la social".

Y si bien suele decirse que el embarazo embellece a la mujer por los cambios hormonales y la ternura que despierta la "panza" creciente, el puerperio y los años subsiguientes al parto no despiertan los mismos elogios, sobre todo para la imagen que tiene la mujer de sí misma. "Muchas se ven gordas, descuidadas, poco atractivas, sin tiempo para sí mismas ni para su partenaire", destacó Ghedin, para quien "las mujeres que deciden quedarse y cuidar de sus hijos deben hacer un esfuerzo enorme para disponer de un tiempo personal, sobre todo si son celosas de sus vástagos y no confían en madres, suegras o cuidadoras". "Por el contrario, aquellas que deben salir a trabajar se ven obligadas a cuidar su cuerpo y su presencia, aunque al llegar a sus casas vuelvan a ponerse las calzas y se tiren al piso a jugar con sus hijos. Tanto en uno como en otro caso, preservar la autoimagen de damas sensuales, seductoras, y dispuestas al encuentro erótico-sexual suele ser un problema que en apariencia se justifica (y se acepta) por el cansancio, o el agobio de la jornada, pero que en realidad responde a la idea preestablecida de que ser madres 'debe' ser el motivo principal de la existencia, por lo menos en esa etapa de la vida", destacó.

¿Y el hombre?

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"Aunque los hombres no lo expresen –aseguró Ghedin– muchos se sienten excluidos del vínculo madre-hijo, y no se preguntan demasiado cuáles pueden ser las acciones para incluirse; es más, dan por supuesto que la relación 'debe' ser de esa manera y no hay nada para cambiar. Se convencen de que la naturaleza es la regente del apego y que ellos poco pueden hacer. Si los hombres no insisten y las mujeres se concentran en los hijos y desestiman su autoimagen, poco se puede hacer para devolver algo de la frescura y la intensidad inicial. Si a todo esto le sumamos la dificultad para encontrar tiempo y espacio propicio para la vida sexual, el problema es aún mayor".

Tras asegurar que "los hombres no modifican sustancialmente su autoimagen respecto al nuevo rol, pero ven comprometido su rumbo dentro de la relación", el especialista remarcó que "ellos no sufren cambios ni en su figura ni en su atractivo, pero se pierden en las acciones a realizar". Y así, algunos desisten dejando todo en manos de la madre; otros, más osados quizás, se juegan, proponen y se animan a meterse en el vínculo. Sin embargo, el saber depositado en la persona de la madre será siempre indiscutible, por más acción ingeniosa y loable que el hombre proponga. La idea de que la madre tiene el saber que le otorga la naturaleza y el hombre debe adquirir un rol social prima en la construcción del esquema familiar.

Para entender el deseo sexual

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Ghedin explicó que "en el deseo sexual se reúnen tres necesidades humanas fundamentales: la necesidad fisiológica, la psicológica y la existencial o de trascendencia. La primera se basa en mecanismos físicos (hormonas, neurotransmisores, centro del placer cerebral, vías nerviosas, etc.) que generan ganas de tener sexo e influyen en el área psicológica (fantasías, miedos, audacia, disposición para el encuentro, toma de iniciativa, estima, etc.). El nivel de trascendencia se basa en la capacidad humana de proyección con otro, en el amor, en los proyectos comunes, en compartir una vida o una parte de ella con otro amado".

Sin embargo, el deseo sexual no siempre es constante ni tiene el mismo nivel de intensidad. "La experiencia erótica puede verse influida por distintos factores, personales o del vínculo. Hay momentos o etapas en las que el deseo se apaga, o naturalmente se va estableciendo en las parejas un acuerdo tácito de estar 'juntos pero sin sexo'".

Y dado que el deseo sexual requiere de una delicada mesura entre las exigencias externas y las internas de dos personas, el especialista hizo hincapié en que "saber aunar ambas fuerzas lo integra al desafío humano de aprender a vivir en plenitud. Al fin y al cabo, las personas pasan su vida tratando de lograr un mínimo equilibrio entre las responsabilidades que adquirimos y el propio cuidado, incluido el sexual".

Sin llegar a padecer una disfunción, la mayoría de las personas sienten cambios en el deseo sexual, sobre todo una disminución pasajera del deseo. Y el estrés de la vida diaria, con el cansancio que provoca, es una de las causas más frecuentes. "Algunos desfallecen después de las tareas cotidianas y sólo resurgen los fines de semana instalando una costumbre difícil de cambiar. En otros casos el sexo reflota con las vacaciones encontrando los momentos antes inhallables, verdaderos tesoros para enriquecer la intimidad. Prescindir del sexo durante un tiempo no debería dejar de lado el contacto corporal. Los gestos de ternura, las caricias, los besos, abrazos, deben ser puentes entre uno y otro para que fluyan los afectos y el deseo", resaltó Ghedin, para quien "hay personas sin deseo que dejan de expresar corporalmente sus sentimientos amorosos por temor a que la pareja 'malinterprete' las acciones como indicadoras de tener sexo". Sin embargo, aseguró que, por el contrario, "evitar al otro por temor a encender el interés sexual es profundizar el problema. Si hay amor, pero no existe suficiente deseo sexual, el contacto entre los cuerpos debe ser una constante. Sólo así el deseo volverá".

Diez claves para atender a la relación de pareja

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1- Obligarse a tener un ratito de ocio semanal a solas como pareja o con amigos, pero sin hijos.

2- Prohibido cancelar un plan de pareja a última hora por pereza o comodidad.

3- No girar la conversación en torno a los hijos. Se puede hablar de ellos un rato, pero el resto del tiempo sobre otros temas, como antes de tener hijos.

4- Evitar hacer comparaciones en cuanto a quién emplea más tiempo en el cuidado de los hijos o realización de tareas.

5- Invertir más tiempo en buscar razones por las que agradecerle algo a tu pareja, en lugar de pruebas para poder reprocharle algo.

6- Enseñar a los niños desde pequeños que también existen momentos en casa donde ellos no son los protagonistas y tienen que aprender a respetarlos.

7- Ninguno de los dos miembros de la pareja debe quedar excluido (ya sea por impedimento o por decisión propia) de la realización de las tareas con los niños.

8- Si sólo uno trabaja fuera de casa, establecer un mínimo de horas y tareas, para que también se encargue de las obligaciones de los hijos.

9- Aprender a cuidar bien de uno mismo para poder cuidar la relación de pareja y que esta relación sea suficientemente fuerte para sostener la familia.

10- Pedir ayuda a un psicólogo de pareja si sienten que no saben cómo volver a reencontrarse.