Las princesas de Disney –y, como excepción que confirma la regla, de tanto en tanto, algún príncipe– son personajes favoritos de todos los tiempos. Las princesas de la vida real, las representantes de distintas familias nobles, también lo son, a su manera. Muchas son íconos de la moda, del glamour, del estilo. Además, se involucran en actividades solidarias y son representantes de su cultura.
Y, en el siempre divertido juego de descubrir si la ficción copia a la realidad o si es al revés, no faltan las princesas de película que encuentran una hija de la nobleza contemporánea que realmente se le parece.
Kate Middleton se convirtió a fuerza de naturalidad y encanto en la princesa favorita no solo de Inglaterra, sino de una parte importante del mundo. Su personalidad, su carisma y su pelo hacen que la duquesa de Cambridge recuerde inevitablemente a la Bella que redimiera a la Bestia en la película.
La ex atleta olímipca Charlene de Mónaco, quizás la princesa más triste de la nobleza actual, fue madre hace poco. Le dio finalmente sus herederos, los gemelos Jacques y Gabriella, al príncipe Alberto Grimaldi. El parecido con Cenicienta opera en varios niveles.
Las princesas Eugenie y Beatrice de la casa de York fueron objeto de todas las miradas durante la boda real entre el Príncipe William y Kate Middleton: su look refinado, aunque algo exagerado, y sus fascinators hicieron de la comparación con las hermanastras algo inevitable.
La princesa Ameera al Taweel, de Arabia Saudita, no puede negar su parecido con la temperamental Jasmine, la princesa de Aladdin. Ameera se dedica a la defensa de los derechos de la mujer.
La heredera al trono de Luxemburgo, la gran duquesa Stéphanie, no puede negar el parecido con la dama del sueño profundo. Además de prepararse para heredar la corona, la princesa tiene estudios avanzados en lingüística.
Las ondas de su pelo demasiado rojo hacen de Lalla Salma, princesa de Marruecos, la sosías en la vida real de Mérida. Lalla también tuvo su propio momento "valiente": fue la primera consorte de un monarca marroquí en tener un título de nobleza propio.
A la nieta de Rainiero y Grace, Charlotte Casiraghi, se le nota la herencia de su abuela: es un ícono de la moda, además de editar una revista sobre conservación del medio ambiente y ser una experta arriba de un caballo. Blanca, blanquísima, como Blancanieves.
Quizás sea el pelo rubio. Quizás sean los ojos claros. Quizás sea que ambas viven en un mundo congelado. Mette-Marit, princesa de Noruega, siempre involucrada con causas humanitarias, no puede negar su parecido con la gélida Elsa.
Andrea Casiraghi –porque la familia real de Mónaco siempre tiene un personaje más para aportar– es el cuarto en la línea de sucesión al trono. El estilo pelilargo del bon vivant nieto de Rainiero recuerda al momento en que La Bestia de La bella y la bestia recupera su humanidad.