El kirchnerismo empoderó al empresariado amigo, no al pueblo

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La democracia se ha ido desgastando como gestora de alternativas y proyectos hasta quedar dependiendo excesivamente del poder del dinero. La política está prisionera de los negocios; cuando los discursos pierden las sutilezas, queda al desnudo que hay un único poder: el económico. Al referirse a una campaña, se lo hace desde los recursos que la sostienen, luego vienen los asesores y encuestadores, y los economistas estrella. Las ideas son solo un sueño del ayer. Hoy quien se propone conducir intenta tan sólo expresar aquello que le dicen que "la gente" espera que diga.


Ya no hay referencia al pueblo. La desmesura de la concentración estatal y privada ha dejado a la democracia empobrecida y refugiada en la debilidad de las instituciones. El Estado, ese que ayer expresaba al pueblo, hoy sólo es parte de una pulseada entre los ricos que había y los que intentan crear. Dejó de ser un mediador para convertirse en un actor privilegiado, en quien impone las reglas que definen el crecimiento de sus propios beneficiados. El Estado, que nació para servir, termina sirviéndose de la sociedad. El gobierno de turno imagina que los ciudadanos que ayer lo votaron deben transformarse en los dependientes que hoy le obedecen.


El poder, que ayer era político y se refugiaba en los partidos, hoy es económico y se expresa a través de sus empresas. Los partidos se fueron subsumiendo en los entornos de los poderes y los poderosos de turno. Las ideologías de ayer terminaron refugiadas en justificaciones al servicio de los triunfadores de hoy. Ya ni las mismas universidades o academias son dueñas de proyectos que imaginen el destino colectivo. El pensamiento, las ideas, terminaron siendo un simple decorado del verdadero poder, el de los negocios. El periodismo amplió sin límites su espacio de repercusión, y en sus actores se fue concentrando la expresión del escaso pensamiento vigente junto a la reivindicación de la libertad. Pero aún ahí, el estatismo impuso su desmesura. Lo público se llevó por delante a lo privado, la nueva dirigencia imaginó que las ideas eran cuestión del pasado y terminó transformando buena parte de ellas en una simple expresión de la imposición presidencial.


La juventud perdió su lugar de rebeldía a cambio de gozar de las seguridades que otorgan los cargos públicos. Lo público fue dejando de lado las dificultades que imponía lo privado. En rigor, lo privado se impone por la virtud del talento y lo público con la obsecuencia como limitación. Y hasta le quisieron sumar a la obediencia de hoy la pasión de la rebeldía de ayer.


Los gobernadores y los sindicalistas dejaron de ser dueños de ideas propias, de expresar matices, para convertirse en simples camaleones expertos en asumir el color del jefe de turno. Donde la política instalaba sus principios, los negocios impusieron la obediencia. Senadores y Diputados pasaron a ser simples empleados públicos; los mismos ministros dejaron de ser personajes portadores de una historia y un prestigio para terminar como simples cultores del que les otorgaba el beneficio de sus supuestas dignidades. La obediencia degradó a los funcionarios; en rigor, eliminó la política como arte y como oficio para imponer la sumisión como ménsula de degradación colectiva.


Entre el clientelismo que convierte al necesitado en oficialista y el ajuste que propone la limitación de los beneficios para devolverle ganancia a las empresas, entre ambos realismos sin destino se debate lo que queda de la política.


El Papa Francisco deslumbró al mundo imponiendo las verdades más profundas con las palabras más simples, un logro reservado a los sabios. Sin pedir tanto talento, la política puede intentar recuperar su razón de ser y hacerse dueña de pensar el futuro. Para eso necesita tan solo instalarse por encima de la idea de que el dinero es la forma superior del poder y que la encuesta fija el rumbo del oportunismo posible. La ambición personal es importante para construir sociedades, pero es absurdo pensar que solo ella es el motor que rige el destino de la historia.


Nos educamos en un mundo donde el marxismo abarcaba desde la Unión Soviética a China, pasando por Cuba y por Vietnam. El estatismo fue derrotado por la libertad y, en sus tristes finales, nosotros intentamos ensayar algunos de sus peores gestos. Rara asociación la de supuestos progresistas, que sólo eligen lo más retrogrado del pasado.


Necesitamos salir de esta división que hoy nos lastima, solo así podremos ingresar a un futuro estable. Los candidatos deben tomar conciencia de que se terminó el tiempo de la mayoría absoluta, con los daños que ello implicó.


Surge la necesidad de acuerdos de toda primera minoría y candidatos que digan que, en caso de ganar, van a convocar a un esfuerzo conjunto para salir de esta fractura tan profunda como innecesaria. Abandonar esta etapa irracional donde la falta de cordura intentó ser confundida con la reivindicación de alguna dignidad.


Ninguno está en condiciones de gobernar confrontando. Cuando los gobiernos son débiles, es el tiempo en que los pueblos se vuelvan fuertes. La decadencia no es fruto de que los ricos se sientan superiores, es cuando la sociedad no se subleve frente a esta degradación del humanismo. La política está del otro lado y es un logro accesible, sólo necesita nuestro esfuerzo.