Centralismo e instituciones

Compartir
Compartir articulo

Me centraré en dos puntos que, a mi juicio, constituyen -directa e indirectamente- un legado del unitarismo y su tiempo, aunque pocas veces siquiera lo sospechemos. Vale aclarar que el unitarismo constituyó una de las principales -junto con la federal- agrupaciones políticas del siglo XIX y su figura central fue Bernardino Rivadavia.


"Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires", se suele decir. Ese aforismo no hace otra cosa que reflejar una realidad. Los fallidos intentos constitucionales de 1819 y 1826 representaron el auge de las ideas centralistas. El máximo poder de Gobierno debía residir en Buenos Aires y los gobernadores ser escogidos por el presidente. En tiempos de Juan Manuel de Rosas las tasas aduaneras llegaron a representar cerca del 90 % de los ingresos totales del Estado provincial. Bajo el justificativo de autonomía que validaba el régimen federal, la provincia de Buenos Aires concentró y gozó en exclusividad de esos extraordinarios recursos que, en parte, fueron utilizados para aumentar su influencia ante sus pares.


Luego de la capitalización de Buenos Aires en 1880, los conflictos producidos por la concentración del poder político ya no hicieron correr más sangre, pero tampoco lograron resolverse. Tanto en los Gobiernos del Partido Autonomista Nacional (PAN) como en los radicales que le sucedieron, y de allí en adelante, la concentración de poder del Estado nacional no hizo sino acrecentarse.


En 1935, con el objetivo de lograr una mejor distribución de los recursos, se introdujo por primera vez el sistema de coparticipación federal. Lo que siguió a partir de ese momento fue una disputa de las provincias por aumentar el porcentaje de su participación, a costa de lo que percibía la nación. De ese modo, estas lograrían pasar de un 17,5 % en 1935 a recibir más del 50 % en 1988. Pero, a partir de la década de 1990 y hasta la fecha, esos porcentajes se irían reduciendo bajo distintas justificaciones.


En los años noventa se aducía que había que pagar deudas exteriores y financiar el sistema previsional. Actualmente, invocando la necesidad de solventar inversión pública y políticas sociales, las provincias solo reciben cerca del 24 % de los recursos nacionales en concepto de coparticipación. De este modo, podemos advertir cómo el centralismo (estatal-porteñista) contra el federalismo continúa siendo un problema vigente.


Ahora pasemos al legado, si se quiere, más tangible que dejaron los unitarios: las instituciones. El primer presidente de la República Argentina fue Bernardino Rivadavia, aunque no logró ejercer soberanía en las provincias ni existió continuidad en ese alto cargo, sino a partir de Justo José de Urquiza. No obstante, por "sillón de Rivadavia" la sociedad asocia la institucionalidad y el poder que ejerce el mandato presidencial.


Durante el tiempo en que los unitarios se encontraron en el poder se creó la Universidad de Buenos Aires, principal casa de estudios superiores del país. En el orden científico, se instituyeron las academias de medicina y de música, el Archivo General (hoy, de la Nación), así como también tuvo su impulso el Museo de Ciencias Naturales (actualmente Bernardino Rivadavia). A su vez, se fundó la bolsa mercantil, luego devenida en Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Otro importante legado lo constituyó la ley electoral de 1821, antecedente democrático de profunda relevancia.


La carta magna que nos rige en la actualidad deja traslucir mucho de las instituciones heredadas del unitarismo. Entre ellas, un régimen fuertemente presidencialista, aunque las circunstancias del destino hicieron de Rivadavia un mandatario extraordinariamente débil.


El autor es Investigador de Conicet de Docente de UNLPam, dictó cursos en UCEMA.