¿Necesidades de cambio o de reflexión?

Por Gustavo Perilli La ausencia de cohesión política y social engendra sistemas en permanente desequilibrio. En ese contexto, las expectativas negativas generan presiones devaluatorias e inflacionarias

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Hace aproximadamente tres siglos, David Hume sostenía que "engendrar monstruos o ensamblar formas y apariencias incongruentes, no requiere de nuestra imaginación esfuerzo mayor que el que realizamos a la hora de concebir objetos que nos resultan más naturales y familiares //...// podemos, pues, concebir algo que nunca se haya visto o de lo que jamás hayamos oído hablar (Hume, 1748)". Con esta simple frase, Mr. Hume no sólo hacía una de las tantas descripciones de la fragilidad de la naturaleza del entendimiento humano, sino también un señalamiento sobre todo lo débil y sinuoso que es el hilván que entrelaza decisiones individuales con las colectivas. Impresiones interminables e indefinidas, percepciones líquidas ("terminología Bauman"), sin consistencia e ideas fogoneadas por reflexiones endebles e incipientes, aceitadas por una abundante oferta de información de dudosa procedencia proveniente de redes sociales y otros orígenes convenientes, se consolidan en una masa de conocimiento que, posteriormente, se transforma y circula velozmente como si se tratara de una verdad incontrastable. El saber convencional se convierte así en un conjunto de datos y moralidades que, por lo general, condicionan el funcionamiento de las instituciones. En paralelo, se consolidan herencias familiares y plataformas disruptivas que siempre erosionarán las bases sociales.

En la Argentina, esta patología abunda. Por sus marchas y contramarchas por las calles, muestra que se está moviendo sin una orientación definida y sin contemplar su futuro. Vayamos a un ejemplo bien concreto y conocido: la participación social en el proceso electoral conocido como elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). Partiendo de la base que nos resulta "archi conocida" la psicología del político de profesión y su medio circundante (tengamos en cuenta que se trata de personas imbuidas en poder, semejante a las que se observan en los ámbitos privados), con independencia de su color político y campo de acción (municipal, provincial, nacional o internacional), llama la atención la manera en que la sociedad valora, determina y direcciona. Incitada por algunos candidatos y desviada de las enseñanzas de la historia, afirma que respalda al candidato más ético y moral (menos corrupto) sin contemplar el fascinante mundo de las ideas. Pero, ¿cómo elabora exactamente ese ranking? Permítaseme hacer una relación con nuestra infancia. Desde chicos, nos enseñan indicadores (patrones cuantitativo o cualitativo), referencias que nos ayudan a discernir el hecho lícito (el bien) del ilícito (el mal). Comprender esas señales bien concretas, nos permite ir entendiendo la realidad a partir de un proceso dinámico de comparaciones. No son elementos acomodaticios, sino datos de una realidad cotidiana que, en la medida que pasan los años, se va haciendo cada vez más compleja. El individuo así interactúa con el medio entendiendo el mundo, diseñando conclusiones y madurando.

A nivel sociedad, estas herramientas domésticas son insuficientes para entender el esquema político y socioeconómico, proceso que se agrava porque no cuenta con indicadores de calidad que le permitan analizar el estado de la moralidad de los candidatos políticos. Sin embargo, castiga con "esta vara" al representante más desgastado (más por su estética que por su aporte) y premia las novedades, también incomprobables (sin desgaste), surgidas de la administración y la edición de imágenes. La comunidad malogra el poder del voto cuando deposita la confianza (a partir de "indicaciones exógenas" y observaciones propias) en el candidato que cumple con las supuestas cualidades morales necesarias (las que calman la ansiedad social). La sola impresión si es más o menos corrupto, cuando esa comparación claramente no se puede realizar con un análisis hogareño y sin una información fidedigna (básicamente por que no está disponible), es la manera en que la sociedad elabora el ranking y, al mismo tiempo, queda expuesto a las raudas acciones comunicativas que circulan por los senderos virtuales y el boca a boca.

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Sin conocimiento responsable el proceso electoral puede ser un regreso al pasado

Durante los días de las PASO, las redes sociales se convirtieron en un hervidero desde donde emergían "monstruos" más burdos que los de Hume. Mientras pasaban las horas, una numerosa porción de la población sin ideas formadas, envenenada por la herencia (llamativamente asalariados decidiendo en base a supuestos indicadores de corrupción), consumía y confería poder político sin digestión. Al mismo tiempo, lamentablemente soslayaban las virtudes de la noción de cohesión social, las que surgen y se fortalecen a partir de "una conexión social donde no sólo todos los miembros del grupo se encuentran individualmente atraídos los unos hacia los otros porque se parecen, sino porque además se hallan también ligados a lo que constituye la condición de existencia de ese tipo colectivo, es decir, a la sociedad que forman por su reunión (Durkheim, 1893)". Se entremezclaban "contextos líquidos", sin consistencia, con exacerbadas muestras de inmadurez.

La situación es grave

Los elementos de marcada ausencia de cohesión engendran sistemas socioeconómicos en permanente desequilibrio y un futuro con tópicos de violencia social. No será casual, entonces, la existencia de un dólar a $16, tasas de interés por encima de 20%, oleajes de racionamientos en el abastecimiento de divisas e intensos rastreos de conductas evasoras. En esta coyuntura, siempre el gasto público y la emisión monetaria conducirán a la inflación aunque no siempre la teoría lo respalde. La información y las expectativas orientadas hacia la generación de imágenes con apariencias incongruentes (a la Hume), causantes de presiones devaluatorias e inflación, siempre estarán presentes durante el mandato de los Gobiernos de extracción heterodoxa, máxime si se empeñan en posicionar el salario dentro del ingreso nacional (desplazando al beneficio empresario) y condenar las condiciones laborales "salvajes" que le permiten minimizar costos al empresario. Además de plantársele "la semillita de la inflación" por su atrevimiento, esas autoridades sufrirán un inminente castigo personal: se le encontrarán casos de corrupción, se arengará misteriosamente al pueblo para que salga a la calle con sus elementos de cocina en un contexto en el que la economía estará expuestas a todo tipo de ataques especulativos. Los adalides de la libertad, luego se vanagloriarán de sus pronósticos pero, en rigor de verdad, siempre serán el resultado de procesos autogenerados por sus "ardientes asesoramientos" y la acción concreta de los sectores económicos clave donde, empresas con poder monopólico, manejan el sistema de precios a discreción. En la Argentina, de este modo, se dirá que siempre "el que apuesta al dólar, gana". Este persistente desequilibrio estructural disolverá la consistencia de las instituciones y expondrá la seguridad social de las generaciones futuras, quienes deberán convivir con un sistema legal frágil y poco representativo y una moneda nacional eternamente endeble con independencia de la inteligencia y los elementos de estadista que posea "el ocupante del sillón de Rivadavia". Así, los problemas siempre "viajarán soldados a la columna vertebral" de la estructura social más allá del éxito que se tenga en la solución de las desavenencias provocadas por los hechos endógenos y exógenos de la coyuntura: inflación, dólar y gasto público, entre otros. Con o sin inflación, la idiosincrasia criolla siempre castigará a la moneda nacional.

La hipótesis más probable que explica este meollo social reside en que no hemos podido resolver nuestro pasado tormentoso (originado en los tiempos de la colonia). Sin un pasado claro ni un norte a seguir, la clase media de los principales centros urbanos se envalentonará siguiendo conclusiones faraónicas y soluciones foráneas alejadas de nuestra realidad, empecinándose en diseñar "becerros de oro" con la materia prima provista por oleadas de información fraguada y segmentada. No se reflexiona sobre esta realidad porque "cuando se habla de superar el pasado no se apunta a reelaborar y asumir seriamente lo pasado, a romper su hechizo mediante la clara consciencia; sino que lo que se busca es trazar una raya final sobre él, llegando incluso a borrarlo, si cabe, del recuerdo mismo (Adorno, 1963)". Menos aún se trabaja constructivamente en el apuntalamiento de una consistente cohesión social pero sí se tienen recursos para emprender didácticas sobre la necesidad de "un entierro de la historia" (borrar el pasado, en palabras de Adorno) para hacer foco en dirección a un futuro ideal, liberado de innecesarios lastres. En este marco, se enaltece la tiranía de las impresiones y percepciones reforzadas por imágenes viciadas y profecías autocumplidas. Sin reflexionar, continuamente se estará asegurando haber hecho contacto con "monstruos letales" amenazantes para el status quo social en lugar de simples "cachorros domesticables". Sin un conocimiento responsable del panorama, una vez más el proceso electoral sólo será "un cambio de figuritas" y, posiblemente, un regreso al pasado.


(*) Gustavo Perilli es socio en AMF Economía y profesor de la UBA

Twitter: @gperilli