Si no queda otro remedio, mejor morirse como Daniel

Compartir
Compartir articulo

Ganar, jugando bien: eso queremos hacer todos en cada ámbito de la vida. Combinar éxito con prestigio. Eso hizo siempre Les Luthiers. Para quienes provenimos de la clase media y rondamos los 40 años, se trata además de un elemento fundante de nuestra matriz cultural. De nuestra identidad. Era fascinante ir al Coliseo a verlos cada vez que presentaban un espectáculo nuevo. El ritual seguía con la compra del disco o el cassette y aprenderse de memoria los textos y las canciones. La frase "es inútil" en los más diversos contextos era rematada indefectiblemente por "pero es el capitán". Recitábamos el Teorema de Thales alternadamente, cantábamos el Explicao, jugábamos a ser ellos. Todos peleábamos por el papel de Daniel, no sólo porque era el más gracioso sino porque además era de Independiente. Nos pasamos la vida queriendo ser Rabinovich y hoy Rabinovich se murió. ¡Qué cagada tener que salir a buscar otro héroe a esta altura del partido!

Cualquier cosa nos permitía hacer gala de los conocimientos adquiridos sobre Les Luthiers y al mismo tiempo sellaba nuestro vínculo de hermanos, hijos, sobrinos, nietos. Familia. Eso eran -y siempre serán- los Luthiers: Familia. Como Serrat, Tato, Silvio o Bochini: Familia, aunque ellos no lo sepan. Pasó el tiempo, ya no vivimos juntos, algunos ni siquiera viven, como Daniel. Sería lindo decir que viven en nuestros corazones, pero es mentira. Cuando se mueren, se mueren y hay que joderse. Las emociones se mezclan, cada vez es más difícil reírse sin llorar por los ausentes. El siniestro paso del tiempo, bla bla bla... Hay que joderse.

Les Luthiers siempre ganó jugando bien. El talento, la versatilidad, el trabajo, la disciplina, la pasión, el amor. Uno iba a verlos estrenar como quien va a cenar a la casa de su abuela. Feliz y seguro. Siempre estaba rico, siempre podías apreciar las horas de elaboración, el esfuerzo, el compromiso. ¡Eureka! Cuando Ernesto Acher dejó el grupo -en 1986-, estuve días sin hablar ¡Cómo alguien podía pensar en dejar Les Luthiers! Aún me cuesta entenderlo, es como renunciar a la posteridad. Añoralgias de Don Rodrigo tantos años después, parece mentira.

Pasaron los años, aparecieron otros grupos que combinaban humor y música, un género inventado por estos genios, más el Flaco Masana: el padre de la criatura. Y como pasó con todo a fines de los 80 y durante los espantosos 90, se bajaron los estandares de calidad. Ganaron los imbéciles que nunca entendieron la importancia del cómo. Y estaba bien porque sólo importaba ganar. Ganar a cualquier precio. Calzarse una peluca y repetir hasta el cansancio "Gracias Piero" se entendía como una imitación de Mercedes Sosa. Estigmatizar a Pablito Ruiz, aún cuando era adolescente y no había asumido públicamente su sexualidad, era gracioso. Los chistes de pizzería, el doble sentido, el humor crudo, barato y sexista. La quintaesencia de la estupidez y el mal gusto.

Los Luthiers no se corrieron nunca del camino; sus instrumentos de ensueño, sus canciones, sus monólogos, su categoría, sus sketches, su elegancia. A diferencia de gran parte de la sociedad y de la clase política que salieron corriendo a acomodarse a los nuevos y oportunistas tiempos, al consenso de Washington, al individualismo, al egoísmo, a la competencia encarnizada, a la desigualdad grosera. A la falta de escrúpulos, a la mentira, a la derecha. El partido político que gobernaba era el mismo que gobierna ahora (en muchos casos, las mismas personas) y dos de los empresarios más importantes que acompañaron ese proceso que dejó al 40 por ciento de la población fuera del sistema, son hijos políticos del mismo sujeto -de apellido capicúa y un lugar asegurado en el Cielo de los rufianes-. Hoy compiten por gobernar el país. A diferencia de casi todos, Les Luthiers nunca ganó a cualquier precio. Nunca.

No remataba los chistes con sus propias carcajadas, no apelaba a la actualidad como herramienta, no insultaba ni denigraba a nadie, no sobreactuaba, no utilizaba golpes de efecto y jamás apeló a pistas para cantar encima. Él y sus compañeros no se rindieron al imperio del mercado de lo banal y pasajero pero efectivo. No cambiaron Venecia por Miami. No fueron a lo seguro. No vendían la mierda que parte de la sociedad se peleaba por consumir. Artistas.

Rabinovich no componía las canciones ni escribía. Pero tocaba los instrumentos, cantaba e interpretaba los textos. Esto último como nadie, dentro y fuera del grupo. "Les Luthiers fue lo mejor que me pasó en la vida. Tuve la suerte de estar ahí cuando el grupo se formó", siempre respondía eso cuando le preguntaban por sus méritos individuales dentro del genial conjunto. Le tocó irse hoy y se lleva consigo el amor, el respeto y el recuerdo de millones de personas en todo el mundo de habla hispana. Si no queda otro remedio que morirse, mejor morirse como Daniel.