Política y discurso en la Ciudad de Buenos Aires

Por Gustavo PerilliComo una relación entre economías desarrolladas y subdesarrolladas, el norte y el sur de la Capital todavía marcan diferencias estructurales en el acceso a servicios y el empleo

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La fase de reordenamiento internacional ocurrida durante la segunda posguerra mundial, momento cuando se revisaron valores morales, profundizaron ideales de igualdad y afianzaron los sentidos de civilización y descolonización, tuvo su tratamiento formal por Naciones Unidas a mediados del siglo XX por una convocatoria de especialistas coordinada por Sir Arthur Lewis, quien sería galardonado en 1979 con el Premio Nobel de Economía. En la práctica, toda esa instancia de análisis se conocería como el Diálogo Norte/Sur. ¿De qué se trababa ese proceso? Esencialmente de mostrar la necesidad de equiparar derechos y bienestar económico en las distintas regiones del mundo pero, prioritariamente, instalar conciencia entre los gobiernos. Los resultados quedaron algo truncos, pero la sociedad y las instituciones globales debieron reconocer la convivencia de regiones desarrolladas que "dialogan" animadamente con un mercado diseñado a su medida y subdesarrolladas que se apoyan en el Estado para continuar manteniendo niveles de vida estables y así aspirar a la configuración de un futuro relativamente promisorio.

Sin la existencia de problemas devenidos de catástrofes como las que instalaron las guerras mundiales, el sistema colonial y las necesidades vinculadas a una extrema pobreza generalizada como la que aún es posible divisar en las naciones del mundo que sufrieron "el embate de la civilización", en la ciudad de Buenos Aires el norte y el sur todavía conservan marcadas diferencias en lo que se refiere al acceso de servicios sociales y las posibilidades de empleo. Los resultados de los recientes comicios reflejaron esas relativas anomalías estructurales: en las comunas del norte se impuso el oficialismo y en las del sur, la oposición. Las urnas no sólo mostraron las satisfacciones relativas de los ciudadanos, sino también la confirmación de la historia como elemento imposible de soslayar y la preponderancia de las ideas por sobre todo intento de marketing político, diseñado por meros especialistas en imagen siempre dispuestos a la construcción de futuros funcionarios públicos sólo desde la estética. Este tratamiento de la actividad política se intensificó durante estos años. El manejo de imágenes y las mediciones tipo rating televisivo relegó a segundos y terceros planos el debate sobre la igualación del bienestar propuesto, con sus virtudes y deficiencias, por el diálogo Norte / Sur. ¿El votante tuvo responsabilidad? Sí, claro pero, al menos esta vez, la aparición de cierto compromiso ha permitido que el oficialismo porteño, que parecía intocable hasta estas elecciones, haya recibido un mensaje inquietante. Ahora, ¿por qué en estos años ha predominado la decisión electoral basada en una imagen antes que en ideas teóricas difundidas por el discurso? Básicamente porque, como señalaba Eric Hosbawm, "la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX //...// los jóvenes, hombres y mujeres de este final de siglo, crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado en el tiempo en el que viven" (Hobsbawm, 1994). Esta suerte de valoración por lo estético y de un momento actual desconectado de cualquier acción pasada descripta por historiadores de distintas tendencias es el fundamento de la aceptación de las ideas políticas y económicas que gobiernan la Ciudad desde 2007. Los resultados de sus medidas conservadoras de un status quo acomodado que confunde mejoras en materia de equidad con más beneficencia, configuran la existencia de un norte elitista, siempre adherente a la no intervención del Estado (asociada ridículamente con la preservación de la libertad) y la definición fundada en que el desempleo y la pobreza tienen connotaciones voluntarias (el Estado no debe subsidiar a quienes no se esfuerzan lo suficiente) con un sur postergado y relegado de las prioridades de la agenda política.

En las comunas del norte porteño se impuso el oficialismo y en el sur, la oposición

Llamativamente, esta vez el mapa del veredicto electoral social dividió perfectamente el norte y el sur de la Ciudad, indicando dónde realmente hacen foco las medidas de Gobierno. Producto de este direccionamiento diferencial de los recursos, los resultados de la Encuesta Joven 2014 han confirmado una tendencia bien definida. En el norte, aproximadamente el 12% de los consultados dijeron tener problemas habitacionales en cantidad y calidad pero en el sur ese porcentaje se elevó hasta prácticamente 40%; en materia de educación, ocurrió algo semejante dado que el nivel de repitencia, según señala la información, es casi un tercio más bajo entre los primeros en tanto que, como consecuencia de esta inequidad educativa, el número de egresados de la universidad es prácticamente 5 veces superior (15% versus 3%) en el norte que en el sur. La precarización laboral es bastante más importante en esta última región (45% versus 24%) al tiempo que el acceso a la salud también demostró tener graves falencias en la región más castigada que en donde conviven las familias relativamente acomodadas de la Ciudad.

La indiferencia incorporada por el modernismo y la preferencia por la vida en un eterno presente, señalada por numerosos sociólogos, filósofos e historiadores (Bauman y Hosbawm, entre otros), comunicada con imágenes velocísimas imposibles de ser analizadas, es lo que conduce a eludir el valor de las ideas (la ideología tal como se la define de manera despectiva) para darle el voto a la frescura superficial creada por los especialistas en marketing político que trabajan sólo en el diseño de un producto comercial. Votar esta definición de libertad y dejar que las históricas deficiencias estructurales sean corregidas por una suerte de divinidad (aunque la propaganda promueva un "cambiemos") es admitir que las desigualdades norte/sur no sólo nunca se corregirán de la mano de un Estado activo sino que siempre se estará expuesto sólo a las bondades de la naturaleza veneradas por las políticas pasivas (no hacer para que sobreviva el más apto). También, aceptar la lógica virulencia de los animal spirits empresarios (quienes siempre deciden los niveles de inversión de modo intempestivo y sin contemplar las necesidades sociales) y la reproducción de trabajadores sin recursos propios para defender sus derechos. Sostener estas recomendaciones asociadas a una acomodaticia definición de libertad implica aceptar la idea de que el bienestar del individuo sólo depende de su capacidad con independencia de las vicisitudes del contexto (afirmación ratificada por un miembro del equipo económico de la fuerza política oficial cuando describió a las paritarias como un mecanismo "fascista y retrógrado").

No reconocer las desigualdades estructurales y luego pretender funcionamientos impecables de las instituciones, en cierto modo, es suscribir a las teorías del sociólogo Herbert Spencer, quien sostenía que "si los beneficios recibidos por cada individuo fueran proporcionales a su inferioridad; si, como consecuencia, se favoreciese la multiplicación de los inferiores y la de los superiores se entorpeciese, resultaría una progresiva degeneración y estas especies desaparecerían ante otras más fuertes //...// la sociedad humana puede considerarse como una especie, o más literalmente como la variedad de una especie" (Spencer, 1884). La sociedad debería estar protegida de estos engaños recurrentes. No se trata de avalar la mediocridad y la persistente violación de contratos devenida del default, sino de defender la soberanía contemplando a quienes no poseen la capacidad para integrarse naturalmente a la vorágine impresa por la interacción entre capitalismo y evolución social. En este proceso electoral es necesario estar atentos para interpretar el lenguaje del discurso y así evitar dejarse arrastrar por los mensajes impuestos por la superficialidad de las imágenes, los colores, las danzas y los globos.


(*) Gustavo Perilli es socio en AMF Economía y profesor de la UBA

Twitter: @gperilli