Alejarnos de nuestro pasado para acercarnos al futuro

Compartir
Compartir articulo

Volver atrás el reloj es tentador. Lo es tanto en la política como en la vida. Una ilusión, un ensueño. Una frustración. Volver al pasado, revivir los momentos en que fuimos felices o jóvenes. O jóvenes y felices. O volver a la cuna de nuestros relatos nacionales. Volver a 1983 o a 1973. A la Generación del 80, a los 90 o a 2003. Pero volver. Siempre volver. A como dé lugar. Donde se pueda.

La idea según la cual existió un momento de nuestra historia en el que las cosas estuvieron mejor y que nos espera como una Tierra Prometida es algo que se dice de manera habitual en la política. Cristina lo hace. Los radicales lo hacen. Los peronistas de todas las tribus lo hacen. Todos los conservadores, naturalmente, lo hacen.

Sólo hay uno que no lo hace. Es que el pasado no existe en el PRO. No es un concepto que se utilice a la hora de gobernar. No es objeto de debate. No forma parte de su comunicación política o electoral. A diferencia de lo que ocurre en otros partidos políticos, no hay un hito que nos convoque a regresar, no hay una referencia inevitable a la que se deba reverenciar todas las mañanas. No hay iconografía oficial. No hay héroes, mártires o próceres. No hay Perón, no hay Alfonsín, no hay Yrigoyen. No hay Menem. No hay Kirchner. Lo mejor del pasado es que quedó atrás. Si el PRO tiene un relato, en ese relato no hay pasado.

Hay quienes desconfían de esta ausencia de pasado y creen ver en ella una estrategia o, incluso, un deficit ideológico o discursivo. Razonablemente, la ausencia de pasado encierra también una cierta idea acerca del pasado, un intento de romper con el cerco melancólico que el pasado ejerce sobre las decisiones del presente. O con los límites que establece sobre nuestras visiones del futuro. Macri no ha mostrado demasiado interés en el combate por el pasado como expresión de la lucha política del presente. No reivindica un pasado sobre otro. No participa del conflicto entre pasados buenos contra pasados malos. Simplemente parece mirar en otra dirección.

Muchas de las energías de los últimos e intensos doce años se fueron en corregir el relato de pasado. Del retrato de Videla a la estatua de Juana Azurduy. De Eva Perón a la ESMA. Fuimos testigos de un esfuerzo constante por dejar marcas, reacomodar hechos y personajes y restablecer símbolos. Nada de eso es malo en sí mismo y otros gobiernos lo hicieron antes. Algunos de estos intentos de reescritura han sido importantes. Otros pueden resultar discutibles y existen quienes buscan incorporar matices y diferencias a la nueva narración histórica. Sin embargo, en el relato del PRO y Macri, el problema que hay que resolver, lo que hay que cambiar, lejos del pasado, es el futuro. El pasado es valioso sobre todo cuando sirve como aprendizaje. Es un recurso, pero no es un fin. La voluntad política no está puesta en la evocación de lo que fuimos sino en la construcción de aquello que podemos llegar a ser.

El conflicto entre relatos del pasado y relatos del futuro es mucho de lo que está en juego en cada una de nuestras elecciones. La política tampoco es muy diferente de la vida en este aspecto. La idea nada menor de transitar una nueva época requiere una ruptura de amarras con el pasado y con el intento, siempre vano, de corregirlo.

La biología también juega su parte. Las narrativas políticas que fueron populares en el siglo XX se van despidiendo junto a quienes las construyeron, les dieron sentido y creyeron por años en ellas. Como suele ocurrir, las generaciones más jóvenes comienzan a ocupar el lugar de aquellas que las antecedieron. Sus productos políticos son novedosos, las palabras habituales no alcanzan para describir los fenómenos recientes de la política como el PRO. Pero tampoco sirven para comprender a la Cámpora o al propio kirchnerismo. Entre otras cosas, porque las palabras mantienen un diálogo con su tiempo. No hay etiquetas para definir lo que aun está en formación.

Mientras tanto, la obsesión por arreglar las cuentas con el pasado inhibe el cambio. Imposibilita pensar en modelos nuevos de sociedad, de cultura, de educación y de trabajo que poco tienen y tendrán que ver con los que conocimos en el siglo XX. No se trata de un problema generacional, no es una discusión entre jóvenes y viejos. Se trata de la adecuación o no de nuestros modos de interpretar la realidad y su transformación. Si nos alejamos por un momento del pasado, si tomamos distancia, si lo dejamos ir, quizás podamos, finalmente, acercarnos un poco más a nuestro futuro común. Es allí donde comienza el relato del PRO.

El autor es editor y periodista. Coordinador del Sistema de Medios Públicos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Pre candidato a Diputado al Parlasur (PRO) por la Ciudad de Buenos Aires. En Twitter: @pabloavelluto