Verbitsky explica por qué resurgieron los DDHH tras 2001

En esta nota, un extracto del libro "Doce Noches", de Ceferino Reato, con cinco pruebas de la fuerte influencia del periodista tanto en el gobierno de Adolfo Rodríguez Saá como en el de Néstor Kirchner

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1) Verbitsky derrota a Feinmann

Adolfo Rodríguez Saá anticipó a Néstor Kirchner: intuyó que la gran crisis de 2001 tenía la fuerza de un terremoto que estaba haciendo temblar los cimientos de la economía y de la sociedad y que, por lo tanto, impactaba en la política. Por un lado, resquebrajaba los consensos de la década del noventa al impugnar al mercado y revalorizar al Estado; por el otro, cuestionaba a actores tradicionales como los partidos, los gremios y los militares, pero legitimaba a otros relativamente nuevos, como las organizaciones de derechos humanos y los movimientos sociales.

En uno y otro gobierno, con Rodríguez Saá y con Kirchner, aparece una figura clave: el periodista Horacio Verbitsky, quien influyó no sólo en los nombramientos de al menos tres funcionarios del breve gobierno del Adolfo sino también en los elogios del nuevo presidente a las Madres de Plaza de Mayo durante su discurso de asunción y en algunas de sus decisiones, como las audiencias a las Madres y a los jefes piqueteros ya en el primer día hábil de su vertiginosa gestión, el lunes 24 de diciembre.

Lo que en Rodríguez Saá era todavía intuición, en Kirchner derivó —con la valiosa, indispensable, ayuda del tiempo transcurrido entre un mandato y el otro— en estrategia política. En su libro El Flaco, el filósofo José Pablo Feinmann revela por qué Kirchner apuntaló su gobierno con las Madres de Plaza de Mayo, en especial con Hebe de Bonafini, a quien ni siquiera conocía cuando llegó a la Casa Rosada.

Feinmann señala que "a las 19.30 de un día de julio o agosto de 2003, suena el teléfono"; lo llamaba Kirchner desde el avión presidencial. En una charla anterior, el filósofo le había propuesto basar su política en los asambleístas de 2001 y 2002, a tono con el deseo de varios intelectuales "progresistas", de centro izquierda o del nacionalismo de izquierda: que las asambleas populares que habían brotado durante la crisis desembocaran en la creación de un régimen político superador. Una "democracia directa, sin conducción", en palabras de Feinmann.

Claro que Kirchner no era el presidente indicado para esa ilusión: "Nosotros —le dijo— no estamos donde estaban ellos. En el llano. No estamos en Parque Centenario. Estamos en el gobierno y tenemos el Estado a nuestra disposición, esperando que vayamos a agarrarlo".

Kirchner siguió detallando la concepción del poder que pensaba desarrollar en aquel momento.

—Nuestro punto de partida tienen que ser los derechos humanos. ¡Ni hablamos de los derechos humanos! ¡Eh, José! ¿Qué pasa? ¿Cómo te llevás con Hebe?

—La veo poco. Frontal, desbocada, pero necesaria. Me gusta más la cautela de (Estela) Carlotto.

—Sí, pero Hebe es un tanque. Y el más grande de todos los símbolos. La madre de las Madres.

Frente a la "democracia directa" de los asambleístas, Kirchner optó por un presidencialismo fuerte, discrecional, basado en una sólida alianza —simbólica y material— con Bonafini y los organismos de derechos humanos.

Es decir, en lugar de Feinmann, Kirchner eligió a Verbitsky.

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2) Néstor lo consulta

Consultado por email para este libro, Verbitsky coincidió en que la crisis de 2001 tuvo una influencia "grande" en la elaboración de una nueva política de derechos humanos, dos años después.

Pero, explicó esa crisis como el momento de ruptura de un modelo económico y social que venía desde la última dictadura y que luego —con la política de derechos humanos de Kirchner como requisito— fue reemplazado por otro, un modelo llamado nacional y popular.

Es una lectura de la gran crisis que permite entender cómo se ve a sí mismo y cuánto se valora el kirchnerismo: "El modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego en 1976 —señaló Verbitsky— condicionó las primeras dos décadas de la democracia, a regañadientes en el caso de Alfonsín, que no supo, no pudo o no quiso librarse de esas ataduras; con el fanatismo de un converso en el de Menem, que gozaba cada medida provocativa que tomaba, como el remate a precio vil del capital social acumulado por generaciones de argentinos en las empresas públicas".

"La crisis de fin de siglo —agregó— fue la constatación del agotamiento de ese modelo de subordinación del sistema político a los poderes fácticos, que cada vez excluía a un porcentaje mayor de la población".

Verbitsky contó que Kirchner —a diferencia de Rodríguez Saá— nunca le propuso que fuera su secretario de Derechos Humanos, aunque sostuvo que se reunió con él luego de su triunfo electoral, pero antes de que asumiera. El sociólogo Artemio López fue el intermediario: "Me dijo que Kirchner quería hablar conmigo, pero que yo había sido crítico de algunos aspectos de su política como gobernador de Santa Cruz y temía que lo atendiera mal. Le dije que por supuesto no tenía inconvenientes en hablar con el presidente de mi país. Una hora después me llamó el mismo Kirchner"

"Me dijo —añadió— que conocía el trabajo del CELS para depurar de las Fuerzas Armadas a quienes participaron en el terrorismo de Estado y que deseaba consultarme sobre la designación de los jefes de Estado Mayor que lo acompañarían. Le respondí que había una cuestión previa: algunos funcionarios que formarían parte de su gobierno participaron de gestiones con la Corte Suprema de Justicia y con el jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, para cerrar una vez más la revisión de los crímenes de la dictadura, que el CELS había conseguido reabrir en 2001, con la declaración de nulidad e inconstitucionalidad de las leyes de punto final y de obediencia debida. Me dijo que nadie que estuviera por una amnistía podría integrar su gobierno, cuya política sería de Memoria, Verdad y Justicia. Le pregunté entonces si tenía una buena relación con el jefe de la Brigada de Ejército de Río Gallegos, general Roberto Bendini. Me respondió que muy buena. Entonces, le dije que ése era el candidato ideal para la conducción del Ejército, y que nadie podría atribuirlo a ninguna razón distinta a la confianza personal que el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas debe tener en sus colaboradores castrenses".

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3) Rodríguez Saá le ofrece un cargo

En la última semana de diciembre de 2001, hacía apenas un año que Verbitsky presidía el Centro de Estudios Legales y Sociales. La crisis estaba todavía en pleno desarrollo. La consigna del nuevo oficialismo era "pacificar al volcán"; es decir, calmar a las diversas organizaciones que encarnaban las variadas y cotidianas protestas sociales. Y, al mismo tiempo, mostrar un gobierno activo, dinámico, para que Rodríguez Saá se pudiera diferenciar en un abrir y cerrar de ojos de su antecesor, el radical Fernando de la Rúa.

El lunes 24 de diciembre, cuando le informaron que las Madres querían entregarle un petitorio, el presidente las recibió en un ángulo del despacho. Él mismo acomodó las sillas. La imagen de Rodríguez Saá conversando con las mujeres de pañuelo blanco sentadas en semicírculo contrastó de manera inequívoca con la brutal represión de cuatro días atrás en la Plaza. Hacía diecisiete años que las Madres no entraban a la Casa Rosada.

"Salimos muy ilusionadas y con grandes expectativas", declaró Bonafini luego del encuentro. Habían pedido la liberación de todos los "presos sociales y políticos", incluidos los guerrilleros del Movimiento Todos por la Patria que habían atacado el cuartel de La Tablada el 23 de enero de 1989, con Enrique Gorriarán Merlo a la cabeza, entre otros reclamos.

Por la tarde, Rodríguez Saá recibió en audiencias sucesivas a otro grupo de Madres de Plaza de Mayo; al embajador de Cuba, Alejandro González Galeano, y a los piqueteros Luis D´Elía y Juan Carlos Alderete. Frente a los micrófonos de los periodistas, los dos dirigentes sociales elogiaron el plan del nuevo Presidente para crear un millón de empleo. "Es una noche de Navidad para tener esperanza", sostuvo D´Elía.

Durante los siete días y una noche que duró el gobierno de Rodríguez Saá, Verbitsky no solo impulsó a Teresa González Fernández, la esposa del gobernador de Buenos Aires, Felipe Solá, para la secretaría de Cultura sino también a Jorge Taiana como subsecretario de Derechos Humanos.

En realidad, Rodríguez Saá quería que Verbitsky se hiciera cargo de Derechos Humanos, pero el periodista sugirió a su amigo Taiana, que había sido montonero en los setenta; preso en la dictadura, y diplomático en los noventa; luego, con Kirchner, sería canciller.

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4) Duhalde: "¿Qué hace este bicho acá?"

En realidad, Verbitsky tenía más relación con Alberto Rodríguez Saá, el hermano menor del presidente. Uno podría pensar que los unía el común enfrentamiento contra el presidente Carlos Menem y su grupo político —que incluyó una dura disputa por la reforma de la Constitución— pero Verbitsky destaca que "Alberto fue uno de los tres senadores del PJ que desde el primer momento apoyaron el proyecto de ley de despenalización de calumnias e injurias", en el cual el periodista venía trabajando desde hacía muchos años.

Tanta influencia sorprendió a muchos peronistas.

—Afuera, lo vi esperando a Verbitsky, ¿qué hace este bicho acá? —preguntó Duhalde cuando fue recibido por el nuevo presidente en la Casa Rosada, aquel lunes por la tarde.

—¡No sabés! Me dice el Alberto que tiene muy buenas ideas —le contestó el Presidente.

Sostiene Verbitsky que estaba esperando para entrevistar a Rodríguez Saá; fue el primer reportaje al nuevo Presidente para un programa de TV, Día D, que era conducido por el periodista Jorge Lanata.

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5) Una vida nueva

Rodríguez Saá anticipó a Kirchner también en este punto: a medida que asumía la agenda suministrada por Verbitsky y se acercaba a los organismos de derechos humanos, surgía una nueva historia sobre el pasado reciente de los hermanos; un relato que los corría hacia la trinchera del "peronismo revolucionario" en los setenta, hacia el bando de los buenos.

En su libro El palacio y la calle, el periodista Miguel Bonasso señala que "se ha querido presentar a los hermanos Rodríguez Saá (de manera especial al Alberto) como estrechamente comprometidos con el peronismo revolucionario en la década del ´70. No hay nada de eso. Adolfo y Alberto, por ejemplo, no apoyaron en los años de plomo a su primo hermano Ricardo Rodríguez Saá, el famoso ´Lobito´ de la organización Montoneros. Desde mediados de los setenta, el Lobito se pasó largos años preso a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y luego exiliado en Inglaterra. Uno de sus mejores amigos jura y perjura que sus primos lo dejaron librado a su suerte".

Bonasso cita al colega Miguel Wiñazki, que en El Adolfo transcribe una carta que "el" Alberto y otros peronistas puntanos le enviaron en plena dictadura al jefe de la Armada, almirante Emilio Eduardo Massera, en la que acusaron a distintas personas de presuntos delitos económicos y actividades "montoneras". ¿El objetivo? Solicitar la investigación y, si correspondiera, "el castigo ejemplar, de eventuales negociaciones realizadas en perjuicio del Estado y vinculadas a organizaciones subversivas".

En el caso específico de Kirchner, el relato sobre su vida ocultó su manifiesto desinterés por los derechos humanos entre 1983 y 2003. Por ejemplo, como gobernador de Santa Cruz nunca recibió a las Madres cuando visitaron esa provincia ni impulsó la creación de una simple secretaría de Derechos Humanos.