Cuando Maia fue privada de oxígeno al nacer y, como consecuencia, sufrió una parálisis cerebral que afectó su movilidad y el habla, sus padres agotaron todas las instancias posibles para lograr dar con el tratamiento necesario que la cure. Sin embargo, nada de esto tenía final feliz. En febrero de 2008, Gillian y Daniel (papás de Maia) se enteraron de un nueva y prometedora opción: la posibilidad de tratar la discapacidad mediante un revolucionario tratamiento con sangre del cordón umbilical.