Dicen que murió Eduardo Galeano

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Para 2016, el 1 por ciento de la población mundial (70 millones de millonarios) acumulará tanta riqueza como el 99% restante (casi 7000 millones de personas). En este segundo grupo -al que pertenecemos casi todos los habitantes del planeta- existe un enorme y desdichado segmento (alrededor de 1500 millones, cerca de un quinto del conjunto) que vive con menos de un dólar por día. Lo que los especialistas consideran pobreza extrema. Es decir, se mueren literalmente de hambre. Esto, por no hablar de salud, educación y seguridad, tres groseros asesinos de pobres, hijos de este disparate institucionalizado. Son datos del Banco Mundial, entidad a la que nadie puede acusar de trabajar contra el sistema, sino todo lo contrario.


La injusticia en la distribución del ingreso es tan evidente que nos podemos ahorrar todos y cada uno de los adjetivos que rápidamente acuden a nuestros dedos. Es la cruel realidad, refrendada por el Banco Mundial, los dueños de la pelota. No nos hace falta irnos tan lejos ni pensar en términos mundiales: el Sheraton y la Villa 31 de Retiro están separados por escasos metros. Es así: tan triste como indiscutible, es cierto. El sistema capitalista de producción permite que un señor tenga una cadena de panaderías y millones de personas no puedan comprar un pedazo de pan. Es legal. Salvo honrosas excepciones, como Eduardo Galeano, los medios de comunicación, las fuerzas represivas y la Justicia velan por los intereses... Del panadero. Y lo sabemos desde siempre. Nos enseñan el principio de la propiedad privada antes que el de la solidaridad. No es casual. Estas líneas escritas por un periodista común y corriente son insignificantes. Se sabe...


Ayer falleció Eduardo Germán María Hughes Galeano, cuya virtud original -él mismo renegaba de su escasa obra anterior- fue haber escrito, entre los 27 y 31 años, Las Venas Abiertas de América Latina. Un extenso libro publicado en 1971, que explica y fundamenta con una solidez irrefutable lo que es obvio de toda obviedad: desde la conquista hasta la actualidad, la región más rica en recursos naturales del planeta es al mismo tiempo el escenario en el que se representan los más brutales índices de desigualdad. La explicación es sencilla: desde la España imperial, pasando por Gran Bretaña, Francia, el resto de Europa, luego Estados Unidos y -tal vez- en algún tiempo China, las grandes potencias mundiales han sobornado a las elites locales para que defendieran sus intereses en detrimento del grueso de la sociedad. Eso generó una minoría muy rica y una mayoría muy pobre. En todos los países de la región hubo y hay gobiernos que intentan enmendar esta asimetría, pero no vamos a meternos en esa discusión.


No vale la pena, también es bastante fácil identificar a los poquitos buenos en medio de tanta codiciosa maldad, a través de 5 siglos. Fácil de resumir de este modo tan ordinario, muy difícil de realizar. Había que tener cabeza y huevos para hacer semejante laburo y publicarlo a comienzos de los 70 y a él le sobraban las dos cosas. Refugiado en Argentina de la dictadura uruguaya y en España de los carniceros del Proceso, Galeano le dio un giro a su carrera y pasó de la academia al boliche. Luego de su brillante y dura crónica regional, encontró en la viñeta, en la anécdota, en el texto corto pero preciso un modo de comunicar que utilizaría en casi todos sus trabajos posteriores, como en la trilogía Memorias del Fuego o el Libro de los Abrazos, por mencionar los títulos más famosos de este monstruo.


Se suele decir en el mundo del fútbol que el elemento distintivo de los cracks es hacer fácil lo difícil. Concretar en la cancha, lo que los mortales a veces ni siquiera vemos en la tribuna. Galeano enseña y conmueve sin necesidad de firuletes. Es directo, austero, agudo como un bisturí. Modesto pudiendo no serlo. Al alcance de cualquiera que quiera leerlo. Accesible. Bochinesco o Riquelmiano más que Maradoniano o Messinesco. No llegó a la cumbre de la literatura, aunque tuvo un razonable éxito a escala mundial. Borges, Cortázar, Benedetti, Neruda, García Márquez, todos ellos y algunos latinoamericanos más, fueron más famosos y reconocidos. Tal vez sea justo. No fue un erudito, ni hizo escuela. Fue un futbolista frustrado, un razonable ilustrador, un estupendo periodista que encontró la manera de decirnos la más obvia de las verdades, sencillamente. Amaba las conversaciones, el vino, las mujeres, la música, el fútbol y caminar por la rambla de Montevideo, levantando avergonzado la mano cuando dos de cada cinco peatones lo saludaban con un "Buenas Maestro". Un tipo común que escribía sobre temas universales de un modo muy personal.


Hoy, muchos de los medios que trabajaron -y trabajan- para quienes lo expulsaron de Uruguay y Argentina, editarán suplementos especiales y seguirán lucrando con su 'enemigo muerto'. No tiene importancia, la muerte de Galeano es llorada por miles y a ellos no los recordará nadie a los diez minutos de enterrados. Para cerrar, mejor que hable él:


Los Nadies (El libro de los abrazos - 1989)


Sueñan las pulgas con comprarse un perro


y sueñan los nadies con salir de pobres,


que algún mágico día


llueva de pronto la buena suerte,


que llueva a cántaros la buena suerte;


pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,


ni mañana, ni nunca,


ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,


por mucho que los nadies la llamen


y aunque les pique la mano izquierda,


o se levanten con el pie derecho,


o empiecen el año cambiando de escoba.



Los nadies: los hijos de nadie,


los dueños de nada.


Los nadies: los ningunos, los ninguneados,


corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,


rejodidos:



Que no son, aunque sean.


Que no hablan idiomas, sino dialectos.


Que no profesan religiones,


sino supersticiones.


Que no hacen arte, sino artesanía.


Que no practican cultura, sino folklore.


Que no son seres humanos,


sino recursos humanos.


Que no tienen cara, sino brazos.


Que no tienen nombre, sino número.


Que no figuran en la historia universal,


sino en la crónica roja de la prensa local.


Los nadies,


que cuestan menos


que la bala que los mata.