El sindicalismo peronista se mostró compacto y disciplinado, preanunciando la unidad

El paro alcanzó el cien por ciento de acatamiento en varios sectores e incluso contó con la adhesión, por omisión, de gremios kirchneristas. Los sindicatos del transporte se consagraron como protagonistas

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Télam
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Mal que les pese a las organizaciones convocantes a la huelga, se ha instalado como una verdad absoluta que el parate de hoy -contundente por donde se lo mire- respondería exclusivamente a la falta de adecuación del mínimo no imponible de Ganancias.

El Gobierno se aferra a ese argumento para remarcar que el paro se lleva adelante para defender a una minoría calificada de trabajadores. A los mejores pagos. Parece un diagnóstico algo ligero y voluntarista, tanto o más político que la caracterización que hace el oficialismo de esta cuarta huelga a nivel nacional contra Cristina.

No se consiguen los niveles de adhesión que hoy registró esta huelga a nivel nacional, del cien por ciento en los más diversos sectores, para expresar solamente el mal humor de las fuerzas productivas con la política tributaria de la administración K.

Se trata éste de un paro de características inéditas en tiempos de Cristina Presidenta. Como no ocurría desde la muerte de Néstor Kirchner, y como no sucedió en las tres medidas de fuerza anteriores, el sindicalismo peronista se mostró compacto y disciplinado detrás del objetivo de imponer su rechazo al actual cuadro socioeconómico.

Hasta los gremios abonados al kirchnerismo se plegaron a la medida, actuando por omisión aunque más no sea. La libertad de acción que organizaciones como la UOM de Antonio Caló dieron a sus trabajadores para que actuaran como les plazca frente al paro reeditó la clásica lavada de manos de Poncio Pilatos. Y preanuncia además un aceleramiento de las negociaciones de unidad de la dirigencia sindical para confluir en una sola CGT, este año. Se podrá decir, entonces, Cristina lo hizo.

El sindicalismo peronista no necesita explicitar que su tolerancia llegó al límite frente al ninguneo sistemático que sienten de parte de la Presidenta, que no hace distingos entre propios y extraños. Incluidas las reclamadas correcciones al impuesto a las Ganancias, Cristina jamás fue receptiva a ninguno de los planteos formulados por la dirigencia gremial. Sea por los índices inflacionarios que se comen los salarios, el trabajo en negro, la situación de los jubilados o el desfinanciamiento de las obras sociales.

Por convicción ideológica, la doctora Kirchner desprecia al sindicalismo y se lo hace sentir cuantas veces puede. Al punto de dinamitar aún los puentes con las organizaciones que le son adictas. El tiempo determinará con mayor precisión la conveniencia política de haberse puesto de punta contra todo el gremialismo peronista en un año electoral; con todo lo que vale asegurarse la paz social para una corriente política que aspira a permanecer en el poder.

Hay que decir también que la huelga vehiculizó a vastos sectores de la sociedad que ansían exteriorizar su más absoluto rechazo al kirchnerismo, por cuestiones que exceden los renglones impositivo o laboral. Será tarea del Gobierno determinar cuáles son esos tópicos movilizadores, aunque varios de ellos se adivinan.

Se habla del día después, de mañana. Si se parte del hecho de que Cristina nunca dio la más mínima señal de tomar nota de los reclamos en los tres paros anteriores, no habría por qué pensar que ahora va a ser distinto. No existe en el manual de la Presidenta dejar quebrarse el brazo para concederle al sindicalismo una cabeza de ciervo que colgar en la pared como un trofeo.

Pero esa inflexibilidad promete tener como correlato nuevos paros, más extensos, y por qué no también movilizaciones a Plaza de Mayo que hagan funcionar al máximo el fabuloso aparato sindical.

Contra la opinión de sus ministros, con la excepción de Axel Kicillof, Cristina se mantiene en sus trece con el tema Ganancias. En un país sin estadísticas, se presume que el impuesto lo pagan el doble de trabajadores del 10 por ciento denunciado por el relato oficial. En cualquier caso, la administración kirchnerista, está visto, no está para cerrar una canilla de la que salen algo menos de 100 mil millones de pesos anuales.

Puertas para adentro, Aníbal Fernández y Carlos Tomada proponían alguna ingeniería financiera para suplantar los fondos que se perderían con una corrección en el mínimo no imponible. Argumentaban que una enmienda iba a conseguir que las paritarias fueran un trámite, además de arrebatarle al sindicalismo una de sus banderas más visibles. Pero perdieron.

También sale perdidoso Florencio Randazzo. No está para brindar precisamente un ministro y candidato presidencial para colmo, que ve cómo los medios de transporte público, de su área, tuvieron la precisión de un relojito para detener sus actividades durante 24 horas. Fuera de eso, no tuvo ningún juego.

Para más, Mauricio Macri y Sergio Massa acicatean desde afuera, prometiendo que lo primero que harán como eventuales sucesores de Cristina será proceder a la eliminación del Impuesto a las Ganancias.

Se vienen también consecuencias inevitables en la vida interna del sindicalismo. Además de un primer paso en firme hacia la unidad sindical, el paro de hoy consagró la central que agrupa a 22 gremios del transporte como un grupo superador -en lo operativo- de las centrales sindicales, donde hay ciclo por completo terminados.

Los 22 probaron su eficiencia y poder de convocatoria. Además de lograr que las CGT de Moyano y de Barrionuevo, la CTA combativa de Micheli, formaciones piqueteras y partidos de la izquierda dura quedaran inscriptas en el paro sectorial del transporte y no al revés.