La tecnología y sus límites, en una fascinante novela argentina

En "El recurso humano", el periodista y escritor Nicolás Mavrakis indaga con originalidad e inteligencia sobre la influencia de internet y la cultura digital en las relaciones humanas

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En la primera mitad del siglo XIX, las mujeres debían mantenerse en una postura de colaboración pasiva. Cuando Ada Lovelace se juntaba con Charles Babbage, ambos matemáticos ingleses, para avanzar con su revolucionario proyecto denominado Máquina Analítica, debía contentarse con firmar como una intérprete cuando en realidad –después el tiempo le dio el lugar que merecía- era la artífice fundamental que llevó a este aparato más allá de la simple operación numérica. Colocó el primer algoritmo: un conjunto de instrucciones que funcionan a partir de una memoria tecnológica capaz de operar en base a premisas predefinidas.

No es novedoso decir que el algoritmo es el mecanismo por el cual se pueden resolver los problemas más habituales. Por ejemplo, en una red social para solteros que buscan concretar un vínculo real, mediante una serie de datos que introducen los usuarios como residencia, orientación sexual y preferencias culturales, el algoritmo opera y reúne a dos personas que coinciden. Frente a determinadas premisas, opera de determinada forma. Quien domine esta matriz podrá comprender los movimientos más íntimos del mundo.

El recurso humano (Milena Caserola, 2014) de Nicolás Mavrakis es la novela que pone la lupa en los hilos que unen a la humanidad con la tecnología pero no como dos elementos a priori diferentes sino como una red complementaria y unida como si fuera un cuerpo siamés. Una novela de neurociencias que intenta desentramar los flujos del consumo deshumanizándolo pero atravesada por una historia de amor, algo tan subjetivo, humano e inanalizable.

A modo de juego literario, si el primer programador fue una mujer, ¿qué relación existe entre la arquitectura de la programación y la femineidad como característica de poder y sumisión? ¿Cuáles son las marcas de las matemáticas en el consumo de las sociedades que creen tener la libertad necesaria para elegir sus gustos? ¿Qué rol juega el amor en un mapa predecible de operaciones duras en lenguajes de software?

El recurso humano, cabe recordar, es la primera novela de este escritor que cuenta con un libro de cuentos –No alimenten al troll (Tamarisco, 2012)- dos e-books de ensayos -#FinDelPeriodismo y otras autopsias en la morgue digital (CEC, 2011) y El toro mecánico (CEC, 2013)- y una incuantificable producción de notas como periodista cultural.

Pero primero, lo primero. Despedazar un diario es la oración que abre el libro. Allí se resume todo el argumento: el personaje principal es un programador con problemas de memoria –irónica diferencia con la base sustancial de un algoritmo - y decide emprender la ardua tarea de recordar. Pero la originalidad recae en hacerlo de forma inversa, comenzar por el final, por lo último que recuerda. "Contado al revés, el amor es frío y pasatista. Una obligación, como sacar la basura o pagar las cuentas. Más tarde comienza a volverse intenso".

Se empieza por la desolación que deja el estruendo de la puerta al cerrarse con una mujer yéndose por el pasillo con las valijas hechas. Luego aparecen las discusiones, la incompatibilidad de caracteres (el autor utiliza los mismos patrones de análisis que usa en su trabajo para observar las relaciones amorosas) para luego continuar con las posibles explicaciones al fracaso del romance. Luego el principio, los roces, el goce espiritual de enamorarse, la gracia que todo lo justifica como una voluntad instintiva de querer. "La antítesis del amor no es el odio sino la soledad", escribe Mavrakis con la firmeza que caracteriza sus breves ensayos en la revista Paco.

Este programador se encuentra en el centro de un triángulo, como el ojo en el enigma de las Bermudas. Tres mujeres que tironean de sus extremidades en un cúmulo de sexo tántrico con un dolor en el glande recurrente. Una es su pareja; pero las otras mantienen con él, cada una por su lado, una relación laboral estable pero oscura, cargada de una sexualidad demandante y de un manejo maquiavélico de los tiempos.

A diferencia de Ana Lovelace, ellas no sólo pueden firmar sus proyectos –puesto menor, una simple firma- sino que dominan los lazos entre los emporios comerciales, sus consumidores y los trabajadores de las tecnologías aplicadas. El programador es allí un simple engranaje –elemento clave, desde luego, pero sólo en su funcionalidad- que lucha por comprender el mundo que construye, con su lenguaje de arquitecto de la tecnología, pero que jamás lo entiende. "Y ahí está la belleza de la programación: rastrear lo relevante entre lo inútil".

Una falla en el cerebro, en la memoria, en la forma de relacionarse con la sociedad que lo vuelve un individuo tan apático con nulas expectativas respecto de la humanidad. Así analiza a una sociedad que está en manos de un número no muy elevado de empresas que estudian sus gustos para luego venderles otros. Para él, el mundo es una cápsula de transacciones comerciales donde nadie puede escapar, incluso esa lógica de algoritmos y deseos se extiende a las relaciones humanas, tan predecibles e intercambiables como cualquier letra dentro de un lenguaje de programación. Pero el amor, con su voracidad de sensaciones y su subjetividad tan problemática, escapa. Hasta ahí la programación no llega. Queda deambulando en la historia la idea de que las matemáticas jamás podrán descubrir los motores cerebrales del amar.

El recurso humano no es una novela sobre internet ni sobre la programación, tampoco sobre el sexo o los amores conflictivos. La novela de Nicolás Mavrakis es una historia que busca reflejar cómo mutan los elementos alrededor de las relaciones humanas modificándolas; cómo el paso del tiempo y el devenir de la historia trastocan nuestra subjetividad; cómo la especificidad de una época que aún se muestra sorprendida por lo que hoy llamamos las nuevas tecnologías altera nuestros pensamientos y deseos.

Si la relación entre el hombre y la naturaleza es una gigantesca bola que rueda sin parar, esos cambios que se producen pueden estudiarse y analizarse con detenimiento científico. Pero hay algo que no, que es inabarcable, incomprensible: no queremos estar solos, nacimos para vivir en sociedad, nacimos para amar y ser amados y esa pulsión de compañía jamás podrá comprenderse. Funciona como un mago que ama a su colaboradora y decide meterla dentro de un ataúd y atravesarle espadas de utilería que brillan como si fueran reales para el espectáculo de los espectadores. Aunque quisiera matarla no podrá, las armas se doblan al tocar la madera, como la programación y su sofisticada tecnología jamás podrán llegar a despellejar el amor.