Los países siempre han sufrido episodios impactantes para su futuro. En el mundo subdesarrollado, el sistema colonial y la relación de éste con los sectores sociales internos se ubicaron a la vanguardia de estas herencias. "Los colonizadores trataron de replicar las instituciones europeas, con gran énfasis en la propiedad privada y en el control del poder del Gobierno" (Acemoglu, 2005) y redefinieron el porvenir socioeconómico de África, Asia y América Latina entre otras regiones del globo. El país más pobre de Occidente, Haití, "en 1789 producía el 75% del azúcar del mundo y era líder en la producción de algodón//...//la economía de las plantaciones esclavistas puso en marcha un proceso de destrucción de la tierra de cultivo y los bosques que ha continuado desde entonces" (Chomsky, 2010). Actualmente, las instituciones y la consistencia socioeconómica del pequeño país caribeño están al borde de la desintegración.
Incluso en Estados Unidos, donde su balance histórico es indudablemente positivo, el sendero también ha sido sinuoso: el racismo y los debates sobre inmigración continúan enfrentando encarnizadamente a demócratas y republicanos. Sin embargo, "sus ganancias" derivadas del rediseño de un férreo posicionamiento en numerosos aspectos a escala mundial le permitieron (y permiten) influir decisivamente en la determinación de los niveles de tasas de interés y tipos de cambio globales, precios de commodities, mecanismos de negociación de deuda y "la filosofía" de los tribunales arbitrales, las normativas y el modo de las resoluciones de controversias en el comercio internacional y, entre otros temas, la manera en que, desde su representación mayoritaria en los directorios de los organismos (el FMI, por ejemplo) adaptan las resoluciones en favor de sus intereses. En ese tablero estratégico, los sistemas económicos "menos agraciados" no tienen más opción que ajustarse pasivamente al orden global y a las correcciones devenidas de los excesos del mundo desarrollado. Vayamos a un ejemplo actual. Si bien la presidente del Banco Central de los Estados Unidos (Fed), Janet Yellen, señaló que no subiría la tasa de interés de referencia hasta mediados de año por cuestiones internas, cuando la medida efectivamente se implemente habrá cambios de dirección en el movimiento global de capitales y tensiones cambiarias y financieras en el mundo emergente (especialmente en Brasil).
La sociedad argentina (a través de las medidas implementadas por los Gobiernos) se ha adaptado inconscientemente a las resoluciones de "la comunidad internacional", los mandatos provenientes de los sectores internos dominantes y el predominio del liberalismo económico teórico (recomendado pero no ejercido). Convalidó implícitamente que "no otra cosa es el liberalismo que la ventaja de los fuertes//...// (donde) poco le interesan los talleres artesanales a la burguesía nativa que piensa como clase y deja de lado la Nación" (Rosa, 2012). Esta permanente interacción de intereses globales y nacionales (con el apoyo de vastos segmentos de la academia), constantemente implantó y retroalimentó una ortodoxia a la que se adecuó el funcionamiento del sistema económico doméstico, interrumpiendo (o al menos alterando) el mecanismo endógeno de progreso institucional social (avances en materia de democracia, como se suele repetir a diario).
Viajemos al pasado. Está bien documentada y comprobada la "relación carnal" (vía comercio de ganado en pie y carnes enfriadas) que el país mantuvo con Inglaterra durante parte de los siglos XIX y XX, cuyo punto cúlmine y sublime lo constituyó el pacto firmado entre Julio Argentino Roca (h) y sir Walter Runciman el 1° de mayo de 1933 (el recordadísimo pacto Roca – Runciman). El negocio apuntaba a favorecer a los intereses ganaderos y defender el dogma liberal pregonado por las clases acomodadas. Paradójicamente, sus negocios sobrevivían gracias a la intervención de un Estado que, además, les ofrecía cobertura militar para protegerlos del avance anarquista. Exactamente 24 años antes, siempre defendiendo la idea del progreso y las tradiciones, durante la celebración del día del trabajo de 1909, ocurrió un hecho trágico no sólo por la pérdida de vidas y la cantidad de heridos que quedaron tendidos en la vía pública aquel domingo otoñal sino porque, así como en numerosos otros episodios de nuestra vida cotidiana, se antepuso la protección de intereses económicos particulares a la defensa de la vida humana. En las primeras horas de esa tarde, el coronel Ramón Falcón ordenó reprimir a los manifestantes anarquistas y, muy a su pesar (desgraciadamente no lo pudo anticipar), al mismo tiempo firmó su propia sentencia de muerte: el 14 de noviembre de ese año moriría por las heridas sufridas como consecuencia de la explosión de un artefacto casero armado y colocado por el inmigrante ruso Simón Radowitzky. Los acontecimientos del 1° de mayo de 1909, que tuvieron lugar en la ya mítica Plaza Lorea, introdujeron permanentes elementos de violencia, perpetuados en ataques con explosivos que no prosperaron en la Iglesia del Carmen y el Teatro Colón, la generación de múltiples refriegas que empañaron los festejos de tinte tradicionalista del Centenario y hasta un asesinato en el mismísimo recinto del Senado de la Nación, entre muchísimos otros episodios luctuosos que sobrevendrían.
Con "un packaging moderno" (sin la presencia de ataques militares como el de aquel entonces y otros posteriores), "estas asociaciones" continúan enturbiando el proceso de toma de decisiones de la vida cotidiana. Los acontecimientos de la Plaza Lorea representan una nítida imagen de un mix entre resistencia al cambio y engaño, lógico en la naturaleza humana individual pero retrógrado desde lo colectivo. Las renovadas "herramientas pacíficas" para garantizar la supervivencia de la ortodoxia tradicional, no ya tan enquistadas en la órbita del Estado como en otros años, se materializan a través de una coordinada administración de la información y un acomodaticio manejo de la comunicación. Se levantan banderas y encaran aventuras potencialmente riesgosas para la vida humana, pretendiéndose afianzar la estabilidad democrática, erradicar el insuficiente funcionamiento de la Justicia, soslayar las fallas del sistema educativo, bregar por un perdurable bienestar económico (actual y el de las próximas generaciones), combatir la inflación (atribuida siempre a los Gobiernos) y, entre otros temas clave, trabajar por la libertad, la verdad y la seguridad social sin analizarse a fondo los conceptos y las asociaciones proporcionadas por el estudio de la Historia. Es tan parcial esta concepción que continúa dejándose sin tratamiento: 1) la desocupación como fenómeno social (tanto o más grave que la inflación), 2) la anatomía de los indicadores de pobreza para evaluar y trabajar escenarios, 3) conceptos sociales clave en términos sistémicos (no desde la simplicidad individual), 4) el rol que ocupan (ocuparon y ocuparán) las empresas (y los reconocidos empresarios), 5) la injerencia de los miembros de la Iglesia, los gremios (y sus relaciones tras bambalinas con empresarios) y las corporaciones sociales perdurables en los estamentos público y privado. Nada se dice al respecto porque, en esencia, para desatar esas interminables madejas de contrasentidos se requieren voluntades y conciencias liberadas de intereses sectarios.
Pese a que sea complejo comprobarlo, la interacción de elementos y protagonistas señalados en la descripción anterior es la responsable de nuestros cotidianos "relatos salvajes" (muy de moda en estos días). La información y "el tratamiento honorable de la comunicación" resultan las claves para comprender y enfrentar legítimamente los desafíos cotidianos. Pero todo se complejiza porque quienes coordinan las organizaciones (públicas y privadas), en más de las veces, no sintonizan con los requerimientos del momento en un contexto en el que, cada vez más, la sociedad tiende a aplaudir acciones como la del irascible Simón Fisher (el personaje de Darín en la película de Szifron). El peligro reside en que, cuando se ingresan en estos abruptos movimientos de "montaña rusa", los valores de la verdad y la justicia se diluyen y, siguiendo los mandatos de las señales desplegadas, muchos terminan "adorando becerros de oro" con la Plaza Lorea como telón de fondo. Más allá de las cuestiones técnicas, éste es uno de los orígenes más impactantes de la inflación, las distorsiones cambiarias, la volatilidad de tasas de interés y la existencia de una estructura económica favorable al bienestar del productor (constatado cuando se tiene oportunidad de comparar precios en el exterior). Es necesario entender que "el tránsito a la modernidad se caracteriza por una diferenciación de esferas de valor y de estructuras de conciencia que hacen posible una transformación crítica del saber tradicional" (Habermas, 1987).
(*) Gustavo Perilli es socio en AMF Economía y profesor de la UBA
Twitter: @gperilli