Francisco: "Dios espera con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos"

El Papa celebró su segunda misa de Nochebuena en la Basílica de San Pedro. En su homilía, afirmó: "¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy!". El texto de la homilía completa

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"Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios esperaba. Esperó durante tanto tiempo que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, como es difícil entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros", afirmó el papa Francisco en la Misa de Gallo en el Vaticano.

La tradicional misa comenzó a las 21:30, hora local (20:30 GMT), y duró menos de dos horas. Durante el oficio, el Papa explicó el significado del nacimiento de Jesús para los cristianos. "Una luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad", resumió.

El Pontífice hizo varias veces referencia a la "paciencia" en su homilía. "A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando ver a lo lejos el retorno del hijo perdido con paciencia, la paciencia de Dios".

Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando ver a lo lejos el retorno del hijo perdido con paciencia, la paciencia de Dios

Además, invitó a los católicos a ser humildes, tiernos, abiertos. "La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre", recalcó el Papa argentino, quien denunció el lunes con inédita dureza el "Alzheimer espiritual", la "esquizofrenia existencial", el "endurecimiento mental y espiritual" y la "indiferencia" que azotan a la jerarquía de la Iglesia católica, en particular a la Curia Romana, el gobierno central.

A los miles de peregrinos y turistas que asistieron a la solemne misa en el mayor templo del catolicismo, los instó a pedir "la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida". Al término de la eucaristía, el Sumo Pontífice depositó la imagen del Niño Jesús en un pesebre instalado dentro de la basílica vaticana.

La misa comenzó con el canto en latín de la "Kalenda", que recapitula la espera del advenimiento de un mesías en el Antiguo Testamento, tras lo cual la basílica fue iluminada para simbolizar el anuncio del nacimiento de Jesucristo.

El coro de la Capilla Sixtina, que cuenta con unos 80 integrantes, acompañó la procesión con el canto del "Gloria", y las campanas de San Pedro repicaron para anunciar el nacimiento del Niño Jesús.

Francisco llamó a los católicos a abandonar "actitudes de cerrazón", así como "la arrogancia" y la "soberbia", límites que el Papa argentino confesó hallar incluso entre sus colaboradores en el gobierno de la Iglesia.

Por primera vez, la ceremonia se transmitió en 3D y en alta definición, gracias al Centro Televisivo Vaticano (CTV), que registró hasta los más mínimos detalles y la difundió en países de los cinco continentes.

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"Se trata de una ocasión única para vivir el evento casi en vivo, con un calor y una nitidez que sólo la experiencia de la tercera dimensión puede ofrecer", indicaba instantes antes de la misa la empresa que colaborará con el CTV, Sky3D.

Once cámaras registraron en tres dimensiones la misa: una, en el exterior de la basílica, y un drone ofreció imágenes desde el cielo, porque sobrevoló el Vaticano.

La transmisión en directo estuvo embellecida con algunas imágenes de la Plaza de San Pedro, adornada con un árbol de Navidad gigante y un pesebre de tamaño natural, la atracción de Roma en estas fiestas.

Anteriormente, había sido transmitida en 3D la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro el 27 de abril pasado. Luego, el Vaticano produjo un documental titulado 27 de abril, relato de un evento, que fue presentado en la última edición del Festival Internacional del Filme de Roma. El CTV realizó también, con esta tecnología, la película Museos Vaticanos 3D, que fue distribuida en los cines de 56 países del mundo.

La misa es el comienzo de varias semanas de mucha actividad para el Pontífice de 78 años, que incluye la tradicional alocución del día de Navidad, la del Año Viejo y los saludos por el nuevo año 2015 pocas horas después.

El 11 de enero, el papa Francisco bautizará a varios bebés en la Capilla Sixtina y un día después abordará un avión para un viaje de una semana a Sri Lanka y Filipinas.


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A continuación, la homilía completa del papa Francisco en esta Misa de Gallo:

"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló" (Is 9,1). "Un ángel del Señor se les presentó (a los pastores): la gloria del Señor los envolvió de claridad" (Lc 2,9).

De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.

También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la "luz grande". Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.

El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8).

También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos.

A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando atisbar a lo lejos el retorno del hijo perdido.

La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: "Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12). La "señal" es la humildad de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones.

El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.

Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? "Pero si yo busco al Señor" -podríamos responder-. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño.

Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera? Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio?

¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy!

La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: "Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la humildad en cualquier conflicto".

Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el misterio: allí "el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande" (Is 9,1). La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: "María, muéstranos a Jesús".