Argentina 2015: ¿qué puede cambiar?

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El Diario de Las Américas de Miami titula en primera plana con una frase de Jorge Lanata: "En Argentina no va a cambiar nada con las elecciones". Pero ¿es realmente así?

El deporte favorito de los argentinos parece ser, hoy por hoy, las encuestas. Han proliferado en los últimos tiempos, y las hay buenas y malas, precisas y confusas, neutrales o interesadas, entre otras variantes. Miden diferentes cosas: aprobación o desaprobación personales de los políticos, intención de voto, imagen, preocupaciones populares, entre varias cosas. En rigor, las más consultadas y discutidas son las que pretenden determinar las chances de tres candidatos a presidente: Sergio Massa, Daniel Scioli y Mauricio Macri.

Como hay todavía un tiempo para las campañas, las PASO y las elecciones -magnificado por lo que significa el tiempo en la convulsión argentina-, esta preocupación parece ser muy prematura y parecida a estar pendiente del resultado en un partido de basquetbol cuando sólo van 5 minutos de juego.

Y sin embargo, al leer los diarios, escuchar las radios o ver los programas de análisis político de la TV, ése es el tema predominante, y compatible con las reuniones de gente normalmente preocupada por la marcha del país. Supongo que una actitud de similar preocupación les debe alcanzar a los respectivos equipos de campaña.

Sobre esas bases -consideraciones de puntos porcentuales a favor o en contra- se arman los próximos pasos de los candidatos. Lamentablemente no para elaborar propuestas específicas o para analizar los graves problemas que este gobierno deja y cómo los deja. Más bien apunta, según parece, a conseguir alianzas, personales o territoriales, para ensanchar la base propia.

¿Qué es lo que se puede tener por cierto de aquí hasta las elecciones? Lo más firme es que ya existen dos candidatos presidenciales inamovibles (Massa y Macri) y que el tercero debiera ser Scioli, siempre y cuando Cristina Kirchner no elija y dé su apoyo explícito a un candidato propio diferente. También puede darse por cierto que fuera de esos grupos no aparecería un cuarto candidato.

El listado de problemas que son de interés común también es conocido: los de fondo, como la inseguridad, la inflación, el temor a la pérdida del trabajo, la recesión económica; los más coyunturales, como la solución de los holdouts o la falta de dólares, como así también las preocupaciones por el narcotráfico o los niveles de corrupción. Lamentablemente, sobre estos temas hay preocupaciones generales de los candidatos, pero muy pocas alternativas de soluciones concretas que avalen los discursos. De la misma forma, existen cuestiones más alejadas de la percepción general y que debieran ser incluidas en cualquier programa de acción de quienes aspiran a gobernar en el 2015, como los que se vinculan más con nuestro papel en el mundo, las relaciones con otros países y organismos internacionales, y la deteriorada imagen exterior de Argentina. Y con una visión más comprometida, con el necesario cambio cultural que requiere la sociedad argentina.

Volviendo a las expectativas electorales, queda todavía mucho margen de acción para una situación como la actual. La suerte de los candidatos dependerá de la marcha de la economía, de la creatividad de sus campañas, y de la estrategia política a través de acuerdos electorales, y también de la marcha de las investigaciones sobre la corrupción generalizada que involucra personalmente a la Presidente y que la enfrenta al Poder Judicial. Habrá que estar atentos a la percepción del elector sobre la capacidad de los candidatos y sus equipos para solucionar las dificultades de la gente.

Con todo, la pregunta que vale la pena hacerse, frente a la afirmación de Lanata, es: si esos tres son los candidatos, ¿qué cambia para el país en que electo sea uno u otro?

Fuera de la posibilidad -aunque remota- de un triunfo en primera vuelta de Daniel Scioli, apoyado en pleno por el kirchnerismo, y con una oposición dividida que no le permita a ningún candidato llegar al 30%, las diferencias no parecen muchas.

Paradójicamente, y pese a las rencillas internas, los tres candidatos tienen mucho en común y poco que los diferencie: ninguno se plantea elaborar programas de mediano y largo plazo sobre los temas vitales de la Argentina (o al menos, no se los conocen). Tampoco dejan traslucir qué tipo de ideas constituyen el eje de su propuesta. Por otra parte, ninguno parece constituir una amenaza para la sociedad o para una convivencia pacífica.

Para resaltar más esta característica que los asemeja, habría dos elementos a considerar: si se pudiera elaborar una matriz con los problemas que aquejan a los argentinos y se intentara cotejar esa matriz con las capacidades de los candidatos para solucionarlas, tampoco surgiría ninguna diferencia importante. Una segunda constatación de esa afinidad entre ellos es el hecho comprobado de que no existen barreras ideológicas como limitantes como para evitar un continuo trasvasamiento de dirigentes políticos o candidatos de uno a otro grupo.

En el mismo reportaje, Jorge Lanata dice algo que me parece muy acertado y que quizás sea el motivo de su escepticismo: "Los argentinos tenemos que estar dispuestos a hacer algo cuyo resultado no vamos a ver, sino que lo verán nuestros nietos, algo para trascender. El gran problema somos los argentinos". Diagnóstico que coincide con quienes ven el cortoplacismo de los argentinos como nuestro gran mal.

Pero el presidente electo en el 2015, cualquiera sea de los tres, tiene cosas que ofrecer para que algo cambie.

En primer lugar, todos ellos harán desaparecer el ánimo de confrontación social y política que ha caracterizado a la historia reciente del país y permitirá cerrar la grieta en que se desenvuelve la sociedad argentina.

Con cualquiera de ellos, habrá una disminución apreciable en los niveles de corrupción que se observa en funcionarios tanto nacionales, como provinciales y municipales, y consentidos por la sociedad.

De todos ellos podemos esperar un mayor respeto por las instituciones republicanas, especialmente la separación de poderes, la independencia del poder judicial y el respeto a la libertad de prensa.

Y por último, cualquiera de los tres enterraría definitivamente las veleidades ideológicas del socialismo del siglo XXI.

No es mucho, pero no es poco, ya que sobre esas bases sería posible pensar en un país diferente. Porque como dice humorísticamente Alejandro Borensztein, "la mejor manera de tener un presidente exitoso es que esperemos poco de él".

Guillermo Lousteau es presidente del Inter American Institute for Democracy.