Mi madre, la artista cabal

En el día de hoy, se inaugura en el Museo Sívori la muestra "Creatividad y memoria", que repasa la obra de la artista plástica Sofía Sabsay. En esta nota, su hijo, el reconocido constitucionalista Daniel Sabsay, recuerda su extraordinaria vida y su inclaudicable amor por el arte

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Mi madre fue una artista cabal, frente a todas las manifestaciones de la vida se expresaba como tal. Le bastaba contar con un trozo de papel para convertirlo rápidamente en una magnífica papirola. Desde muy chico me impactaba observar el placer con que creaba, el modo como observaba a las personas y a las cosas, daba la impresión de que permanentemente estaba concibiendo futuros cuadros. En muchas oportunidades hacía anotaciones o pequeños bocetos en una libreta que siempre tenía con ella para no olvidar motivos que la inspiraran en futuras obras.

Su sensibilidad y sus dones aparecieron desde su más tierna infancia. Hija única de una pareja extraordinariamente unida, junto a su abuela materna la llenaron de amor y de dedicación. Sofía estudió danza, el piano nada menos que con el maestro Escaramuza, para luego concentrarse en la pintura y el dibujo. Berta y José, mis abuelos, exigieron que su hija concluyera el ciclo secundario en el magisterio pero luego la apoyaron en su decisión de dedicarse al arte. Se trataba de personas sensibles, grandes viajeros, lectores empedernidos. Tuvieron entre sus amigos a Berta Singerman, César Tiempo, Jacobo Ficher, Luis Seoane, Rafael Alberti, Emilio Centurión –quien luego sería el principal maestro de Sofía-, entre muchos otros grandes de la cultura. Así, su etapa de formación transcurrió con la cotidiana presencia de artistas, la visita a los museos de Europa y de Estados Unidos, la asistencia permanente a conciertos y exposiciones. Como olvidar sus relatos en los que aparecían Claudio Arrau, su pianista favorito, a quien tuvo el privilegio de conocer en la casa de la gran Berta. Las lágrimas derramadas frente a una naturaleza muerta de Cézanne en su primera visita al Metropolitan Museum de Nueva York, con poco más de veinte años. "Es que me di cuenta que de ahí habían salido todas las escuelas posteriores, el cubismo, la abstracción, el fauvismo, el puntillismo", comentaba. Qué gran maestro exclamaba con un entusiasmo que conservó hasta sus últimos días.

El primer atelier de Sofía estaba ubicado en el piso superior de las caballerizas, en la casa de fin de semana de sus padres, tenía vista a un campo de uno de los lados y al parque del otro. Nunca olvidaré la biblioteca de arte que con pantalón corto solía ojear mientras mi madre pintaba. Muchos años después mi hijo Sebastián que es guitarrista, se acercaba con frecuencia al atelier de su abuela para tocar junto a ella acompañándola mientras pintaba. Ese rato que compartían era celebrado por ambos como una experiencia de intercambios que los potenciaba. Una de las cualidades que más he admirado en mi madre era su capacidad de trabajar en silencio por horas; con el tiempo esa labor diaria se extendió a la meditación que compartía con varias de sus amigas, en su mayoría artistas. Entre ellas Paulina Berlatzky, Olga Orozco, Leda Valladares.

Tuve la suerte de asistir a numerosísimas exposiciones con Sofía. Cuando era todavía un niño me llevó al Museo de Bellas Artes, por primera vez vi un Greco, un Gauguin, un Goya, no salía de mi asombro. A través de su relato aprendí a observar un cuadro, en suma a experimentar un placer que afortunadamente nunca he dejado de sentir. Creo que fue en París adonde por última vez visitamos juntos una exposición. En ese entonces tenía dificultades para caminar, pese a ello no quiso dejar de ir al Museo Picasso a ver una muestra de obras del andaluz y de Francis Bacon en un impecable ensamblado que nos produjo una gran emoción.

Fernando Sabsay, mi padre, creó la editorial Losange consagrada a la publicación de obras de teatro. Por primera vez en nuestro país se tradujeron a Brecht, Dürrenmatt, Maicovski, Anouilh, Giraudoux, junto a autores argentinos como Silvina Ocampo, Luisa Mercedes Levinson, Florencio Sánchez y cuantos más. Se trataba de pequeños libros que aparecían mensualmente. Sofía ilustraba las tapas y en el interior retrataba a los autores. Mi madre fue un ser muy espiritual que admiraba a los artistas. Se encendía cuando hablaba de Beethoven, de Leonardo o del maravilloso "Gaspard de la Nuit" de Alloysius Bertrand que Ravel transformó en tres poemas musicales.

Sofía me enseñó a discernir entre lo principal y lo accesorio, a entender que dado el carácter finito de la vida cada instante puede ser sublime. A partir de mañana tendremos una parte importante de su obra en el Museo Sívori, gracias al apoyo del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, de su directora Cocó Larrañaga, de la Fundación Alon para las Artes y de un grupo de empresas. La exposición cuenta con la estupenda labor curatorial de Micaela Patania. Se trata del mejor homenaje que un hijo puede hacerle a su madre en las vísperas de su día.