"El narcotráfico ofrece a los jóvenes lo que el Estado les niega"

El escritor colombiano Jorge Franco, señalado por el propio Gabriel García Márquez como su sucesor, habló con Infobae sobre su nueva novela, "El mundo de afuera", que incorpora elementos fantásticos y policiales a una historia cruzada por la violencia y las drogas

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En el último año del siglo XX, Jorge Franco publicó una novela que le cambiaría la vida. Era una historia que ambientó en su ciudad natal, Medellín, en la época en que el narcotráfico se la disputaba a sangre y fuego. La protagonista era una mujer hermosa que vivía en el mundo de los sicarios y que mataba a sus víctimas después de besarlos. Rosario Tijeras era el nombre del libro, que después llegó al cine, se convirtió en una novela para televisión y en una canción de Juanes.

En 2014, quince años después, el escritor colombiano sacudió al jurado del Premio Alfaguara de novela que presidió Laura Restrepo con El mundo de afuera, que la nominó ganadora por unanimidad.

Franco alterna el relato fantástico con el realismo de un secuestro extorsivo, o como dijo uno de los jurados: "Arranca como un cuento de hadas y acaba como una película de Tarantino". El autor se detiene en Isolda, una nena que vive junto a sus padres en un castillo que como un cuerpo extraño se erige en Medellín. Sobre él y sus habitantes, los vecinos harán las más extrañas conjeturas, mirarán asombrados las limusinas en las que viajan los padres de Isolda y desplegarán su imaginación para adivinar que ocurre tras los muros.

En este caso la Medellín que ofrece Franco a sus lectores es la ciudad apacible que es previa a la consolidación de la violencia narco de Pablo Escobar Gaviria y que se ve sorprendida con el violento secuestro de Don Diego, el padre de la niña.

El escritor, admirado por Almudena Grandes y del que Gabriel García Márquez dijo era uno al que le gustaría "pasarle la antorcha", estuvo en Buenos Aires y visitó la redacción de Infobae. En esta entrevista cuenta como cambió su ciudad con el narcotráfico, de su disciplina en el trabajo literario y de su particular método de reescritura.

De una manera muy íntima y personal vino a consolidar un ciclo. Han sido quince años muy productivos, de mucha entrega, de mucha disciplina y por eso tomo el premio como un homenaje a todo ese tiempo de escritura. Simplemente tengo que tomármelo con calma y pensar en ese principio con el que comencé a escribir y es que tengo que intentar de aprender con cada libro, madurar literariamente con cada libro y tomar cada experiencia narrativa como una nueva aventura. Hay algo que tengo claro: un éxito no garantiza el siguiente y las herramientas que te pueden funcionar para una historia, es muy probable que no te vayan a funcionar en la siguiente.

Es la primera vez que a un realismo mucho más crudo que venía trabajando en otros textos lo vinculo con otra línea narrativa que toca un tono casi de cuento de hadas, un tono fantástico. La misma historia me lo fue pidiendo y a medida que me lo pedía encontré en ese tono una manera de crear un contraste con la otra historia que permitía bajarle un poco la tensión para que el lector, cuando se trasladara a la línea fantástica, sintiera un cambio más refrescante.

Sí, está en muy buenas condiciones porque es un museo. Cuando viví en Medellín de niño fui vecino del castillo y estaba habitado por este hombre, Don Diego y por su esposa. La niña Isolda había muerto. Lo que nos fascinaba eran todas las historias que se habían tejido alrededor de la niña y de su muerte: decían que estaba enterrada, que estaba en un sarcófago o que la tenían embalsamada sentada frente al piano. Yo tenía la idea fija que la tenían enterrada en la casa de muñecas que tenía en el jardín junto al Castillo. Lo que cerró todo este episodio fue un acto muy violento que fue el secuestro de Don Diego. Fue en el 71 por una banda de delincuencia común. Duró unos meses secuestrado y luego fue asesinado de una manera muy brutal y eso para los que éramos niños en esa época fue un golpe fuerte porque fue como un anuncio de lo que vendría no mucho después.

La Medellín de mi infancia ya no existe, esas ciudades de la infancia desaparecen, pero la nuestra desapareció de una manera muy rápida, abrupta y vertiginosa. Esa transición se vio en muy poco tiempo y para mal, para abrirle paso a una época de violencia y barbarie, tal vez de las más fuertes que ha tenido Medellín y la misma Colombia. La Medellín que cuento en la novela es la de la transición, que relato apacible, tranquila y marcada por toda esa naturaleza que crecía. Realmente la queja general era que allí no pasaba nada. De pronto sucede el secuestro de este hombre que vivía en el Castillo y eso nos hace sentir que esa ciudad tal como la creíamos no existe y que hay algo más allá y con raíces muy profundas impregnado de violencia que es lo que viene a generar ese cambio.

Trato de presentar ese contraste social que también fue una de las causantes de todo ese caos marcado por una sociedad que era conservadora y pujante, porque Medellín siempre se caracterizó por ser una ciudad de industria, empresas y comercios, en donde se ha movido mucho dinero pero, paralelamente, había una ciudad al margen de todo eso que sucedía marcada por el desarraigo, el abandono y la falta de oportunidades. Ese contraste se da en el encuentro de los dos personajes principales de la novela, el Mono Riascos y Don Diego, a través de un hecho violento que es el secuestro.

Esa distancia entre esos dos sectores en la ciudad fueron parte de ese problema cuando entra de lleno el narcotráfico. En primer lugar porque el narcotráfico, de una manera muy hábil, ve en estos sectores su brazo armado, lo ve como sus zonas para la ruta de la droga. Llegaron en algún momento a convertirse en el refugio de los grandes narcos. El narcotráfico les ofreció lo que el Estado y la sociedad les había negado: escenarios deportivos, vivienda a los que no la tenían. Los incorpora a la sociedad y hay que reconocer que a muchos de ellos les dio una calidad de vida mucho mejor. A esos jóvenes les pone un dinero sobre la mesa que no necesariamente era tanto, pero para ellos lo era todo y ahí tienen ya su brazo armado que fue el que utilizaron para generar todo ese caos de terror a través del sicariato y del terrorismo.

Sí, es una novela muy marcada por las obsesiones. No se que me llevó a que cada personaje estuviera obsesionado. Fue algo que fui descubriendo en la medida que iba escribiendo. Tal vez obedece a que voy presionando a los personajes, llevándolos hacia una esquina, acorralándolos para ver que me brinda y de pronto surgen a la luz las cosas más íntimas y profundas, entre ellas las obsesiones. Marqué a cada uno como un deseo muy profundo de algo.

Lo había trabajado en Rosario Tijeras visto de otra manera y es que estos jóvenes que pertenecen a estas pandillas para ser líderes tenían que construirse y armarse como de un disfraz de hombre rudo y que mostrar los sentimientos era una revelación de su debilidad. Eso sucede con el Mono: ante su banda pretende ser un hombre fuerte pero por dentro está lleno de miedos, es un hombre al que su madre manipula y al que trata como un niño. Además tiene una ambivalencia sexual que no puede revelar pero que lo tiene salido de control.

Forma parte de un trabajo mucho más técnico y lo hago desde el comienzo de la narración. Voy probando, comienzo a escribir con la historia en la cabeza y comienzo a buscar la voz de quién va a contarlo y comienzo a contar una historia. A veces intento que sea linealmente pero casi nunca me funciona y entonces intento con los saltos en el tiempo. La mayoría de las veces tengo que avanzar mucho, cuarenta o cincuenta páginas, y lo que me sucede es que tengo que regresarme y volver a comenzar probando otra voz y otro tiempo hasta que me sienta cómoda para seguir contando la historia. En esta novela hay una polifonía donde se cuentan diferentes voces.

Es cierto, cuando llego al punto final y logro sacar lo que es el argumento, la guardo un par de meses y luego la imprimo, la pongo junto a mi y comienzo a transcribir palabra por palabra. Es un trabajo que no voy a negar que es tedioso porque además me toma mucho tiempo, tres o cuatro meses, pero es algo que no es novedoso, es volver al pasado, a la época antes del computador. Eso funciona, esa expresión pasar en limpio lo dice todo: es limpiar la historia. A veces añado pero lo que hago mucho es desechar. Esto es, no corregir sólo sobre la lectura sino sobre la misma escritura. Todos esos detalles pulen la narrativa, creo muchísimo en la corrección, creo muchísimo en la reescritura.

-En algún momento lo fue. Fue muy gratificante, me llenó de orgullo y me dio confianza y tranquilidad, pero inmediatamente supe que era una frase que debía gozarla y olvidarla. La tengo allí como un trofeo, como cuando niño ganas un trofeo y lo pones en tu cuarto y pasas y lo miras, pero sé que es parte de una historia pasada. Pero la verdad es que nunca pienso en eso cuando estoy escribiendo, siempre estoy muy concentrado en que cada historia nueva es como comenzar de cero, como si estuviera aprendido a escribir. Hay que establecer un proceso de búsqueda diferente en cada historia y eso me toma toda la concentración.