Discursos, dramatizaciones y crónicas anunciadas

Por Gustavo PerilliLa desocupación no es generada por la presión fiscal. Son los niveles de inversión privado y público, combinados con el consumo, los que establecen el nivel de empleo

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Desde hace unos días se está tomando conciencia en la Argentina acerca de la gravedad que implica vivir con desempleo. Hasta ese momento, la inflación y la manipulación de las estadísticas oficiales (también causa de inflación, para algunos), eran la principal tragedia del país. Se elaboraban rankings en los que la Argentina, junto con la "endemoniada" Venezuela y alguna otra nación africana olvidada del mundo, marchaban a la vanguardia. Los semblantes de los especialistas en finanzas manifestaban su horror interior ante ese supuesto "macabro plan oficial". Hoy por hoy, algunos de estos muchachos (y muchos otros más), desgraciadamente están luchando para mantener sus puestos de trabajo sin reconocerse, en algunos ámbitos, que con cierta inflación y un salario real alto el empleo no hubiera sufrido amenazas (a diferencia de lo que sí ocurre cuando bajan las ventas).

Siempre hubo intensos debates acerca del desempleo. Las empresas del mundo subdesarrollado (especialmente las filiales locales de las trasnacionales), no por cuestiones teóricas sino por puro mercantilismo, por lo general vincularon la patología sólo con problemas asociados a la presión fiscal (excesivos cobros de impuestos y gasto público) y la ausencia de un horizonte de planeamiento estable de largo plazo. Sin difundir datos, estrategias, ni reflexionar acerca de la calidad y la cantidad de bienes que enviaban al mercado, sus voceros afirmaban que la responsabilidad era únicamente del Estado. Sobre este tema, en el marco del tratamiento parlamentario de la Ley de Abastecimiento, en los próximos días el debate promete ser entretenido porque, para los empresarios, la norma destruirá puestos de trabajo. Bajo ciertas premisas no es ilógico el razonamiento si se parte de la idea que las firmas cuidan sus estándares de eficiencia tal como ocurre en el mundo desarrollado. Como esto es discutible, no hay suficientes elementos que permitan concluir que la Ley de Abastecimiento generará desocupación.

En el plano macroeconómico, existe cierto consenso en que "el nivel de inversión (decididamente influido por las expectativas) y el del gasto público (explicado por la actividad potencialmente compensadora del Estado) se combinan con el consumo para fijar el nivel de empleo (y de desempleo) de equilibrio" (Mas Colell, 1983). Una corrosión de las expectativas empresarias (fundada pérdida de optimismo futuro), debilita la inversión privada. Ante la varianza de su ingreso (por el deterioro laboral producido por el desmoronamiento del clima empresario), el consumidor empieza a comprar sólo lo necesario y las empresas (especialmente las de bienes suntuarios) comienzan a perder ventas y reducir su nómina salarial.

Se corroen las expectativas: el consumidor compra sólo lo necesario y las empresas pierden ventas

Quienes ahora alertan por el desempleo, por lo general adhieren a la idea del salvaje ataque que soporta la libre empresa. Pero resulta que, en lo cotidiano, este espíritu empresario no es tan puro como el que ostentan. A diario avasalla la soberanía del consumidor cuando produce bienes y servicios de baja calidad y en escasa cantidad, mediante paupérrimos sistemas de ventas. Por un lado, alega que su negocio está siendo invadido por "hordas estatales" pero, por el otro, no cumple demasiado bien su rol social (desde el empleado que hace esperar al clienta mientras escribe su SMS). Los que consideran suficiente el espíritu comercial del empresario, afirman que después de octubre de 2015 todo cambiará. Según "esta profunda teoría", mágicamente modificarán su cultura y harán un cuidado mea culpa sobre la calidad y el precio de los bienes y servicios que proveen. En el mientras tanto, como la empresa es la castigada (según creen), sus voceros estratégicamente ubicados en el prime time argumentan que es lógico que mermen la producción (generen desempleo e inflación futura) y no se acepten instrumentos (Cedin) porque el blanqueamiento del ahorro en moneda extranjera incrementa la base imponible de los particulares (y el Estado la dilapida, dicen). Se hacen colosales esfuerzos para vaticinar estampidas para fin de año e inculcar acerca de "la maldad" promovida por la abusiva cantidad de empleados públicos y sus elevados salarios. Sin metodología científica, "estos carismáticos" sostienen que el tipo de cambio subirá, la inflación trepará y las ventas internas nuevamente se deprimirán (habrá más desempleo). Entonces, ¿cómo cree usted que reaccionará el empresario PyME que no cuenta con demasiado asesoramiento? Como también se le transmitirá que es producto del déficit fiscal, la desprolijidad de la Tesorería de la Nación y la emisión de dinero (descontrol del BCRA), la respuesta es previsible.

El fogoneo de las expectativas disloca cualquier proceso descentralizado de toma decisiones, el gasto se detiene y, de nuevo, la inflación y el desempleo recuperan la escena. El incentivo a invertir de las empresas sufre implosiones encadenadas por el anticipo de menores ventas (devenido de "los sesudos informes de "los carismáticos"). Como no adquirirán más bienes de capital (máquinas y equipos, básicamente) y dejarán en desuso los que se utilizaban, las empresas no contratarán trabajadores y comenzarán a indemnizar. Es lógico que se comporten así los empresarios (especialmente quienes no manejan estos temas) porque "la ignorancia general del futuro y la inseguridad de la base de lo que creemos saber acerca del futuro destacan por encima de todos los demás aspectos de las previsiones a largo plazo en una economía no planificada. El futuro remoto no se prevé nunca con claridad //...// No obstante, la simple supervivencia social, por no hablar del progreso económico, requiere que se tomen decisiones sin importar lo insegura que sea la base sobre la que descansan" (Dillard, 1962). Sobre la incertidumbre en el proceso de inversión en la teoría de Keynes, Dudley Dillard es estricto: menos inversión implica más desempleo. La consecuencia de la señalada "acción comunicativa", organizada por quienes recomiendan no producir, bajar salarios y pensar en un tipo de cambio más elevado y volátil hacia fin de año, reducirá el gasto y el ingreso distribuido por el proceso de producción.

No es serio pensar que el Gobierno nunca está a la altura de las circunstancias y siempre comete errores. Como la idea es falaz desde toda óptica, sólo queda pensar en la presión de las ideologías e intereses de los que no ganan elecciones en este momento (ni lo han hecho en el pasado). Se utiliza un proceso "lingüístico como un mecanismo de coordinación de la acción //...// (éste) puede formularse de modo que las acciones de los participantes en la interacción, gobernadas a través de cálculos egocéntricos de utilidad y coordinadas mediante intereses, vengan mediadas por actos del habla. En los casos de acción regulada por normas y de acción dramatúrgica, incluso hay que suponer la formación de un consenso entre los participantes en la comunicación". (Habermas, 1981). Más allá de los desequilibrios macroeconómicos de índole exclusivamente político (que merecen debate, de todos modos), el ruido por la agitación de la información y la manera en que se trabaja (y se trabajó) en la "acción comunicativa", constituyeron estrategias efectivas para borrar la inversión empresaria. Recuérdese que una persona desempleada "deja de emitir su voto en el mercado" (no consume), se aleja del sistema formal y se acerca a las regiones más marginales de la sociedad, desde donde, luego, es prácticamente imposible retirarlo. Todo se asocia con todo, en esto no hay nada nuevo "bajo el sol".


(*) Gustavo Perilli es economista, socio en AMF Economía y profesor de la UBA

Twitter: @gperilli