"Argentina es un país muy disparatado"

El reconocido escritor Federico Jeanmaire habló con Infobae acerca de su nueva novela, "La guerra civil", sobre las desventuras de un hombre capaz de cambiar los destinos de las personas. El autor de "Más liviano que el aire" habló además de los recientes hechos de violencia que sacudieron a la opinón pública

Compartir
Compartir articulo
El reconocido escritor Federico Jeanmaire habló con Infobae acerca de su nueva novela, "La guerra civil", sobre las desventuras de un hombre capaz de cambiar los destinos de las personas. El autor de "Más liviano que el aire" habló además de los recientes hechos de violencia que sacudieron a la opinón pública

Schnagel no tiene nombre. O, al menos, pide que sólo lo llamen Schnagel. Se lo dice a su mujer y a sus pacientes que van a consultarlo con un tema puntual que los tiene desesperados y sin respuestas, todos llegan recomendados y con un pedido concreto: que Schnagel les tatúe la mano para poder cambiar el destino que establece la línea de la vida. Son cuatro los que visitan a este personaje el día que su pareja, Marita, lo abandonó. El protagonista atenderá a cada uno de ellos, pero será la intervención que hace sobre el primero lo que desatará el comienzo de la Guerra. A partir de allí, dos planos: la Ciudad violenta e intolerante que ocupa el exterior y el interior, el consultorio de un hombre que quiere mantenerse al margen de lo que ocurre. Un solo día es el que transcurre en La guerra civil, la última novela de Federico Jeanmaire en la que vuelve a escribir sobre sus obsesiones: la soledad, la violencia, la falta de comunicación y el amor.

El autor de Más liviano que el aire y Fernández mata a Fernández estuvo en la redacción de Infobae para presentar su nuevo libro y hablar de literatura, la pasión por El Quijote y la violencia que sacude a la sociedad argentina desde siempre.

Sí, claramente. Todos mis libros hablan más o menos de lo mismo: cuestiones que tienen que ver con el ser humano como la soledad, la violencia y la comunicación pero también de seres humanos que están acá, que son de acá y, en ese sentido, mi literatura está muy pegada a la literatura argentina. No como otros escritores que tienen ligazones más fuertes con otra literatura, en mi caso la literatura argentina está en la base de todo lo que hago y la Argentina como problema está en la base de lo que hago.

En primer lugar, tengo que hacer una aclaración importante que todo lo que pueda decirte proviene de un ser humano que soy yo, que es de lo más incoherente que yo conozco en cuestiones políticas. Me cuesta mucho estar de acuerdo conmigo mismo dos veces seguidas hasta en el mismo día. Pero hay cosas que, para mí, en la Argentina son constantes y son de las que sí me interesa escribir, y una de ellas es un proceso que he visto desde que soy chiquito que es la incapacidad de dialogar, de sentarte con otro y resolver algún tipo de cuestión. Somos incapaces de hablar e incapaces de resolver, no porque no charlemos no podría resolverse algunas cosas, sin embargo pasan las dos cosas, no se charla y no se resuelve y así los problemas son siempre los mismos. Uno puede leer a Sarmiento y parece que está leyendo la Argentina de ahora. En esa falta de diálogo, en esa incomunicación y en esa incapacidad de resolver, hay una semilla de violencia que está en toda la historia argentina. No es de ahora, no es que empieza con los linchamientos, esto es de siempre. Hay una cosa que me impresionó mucho en los últimos años a partir de la degradación de la lengua: cómo nos relacionábamos y cómo nos encontramos con otros. El nivel de cinismo y de violencia que puede tener una charla normal.

Creo que es un país muy disparatado, lleno de personajes muy disparatados, que tal vez tienen más cosas que otros países para ser felices, o menos, pero que en ningún caso son felices y hacen todo lo posible por vivir mal y cada tanto se pegan, y forman grupos que se pegan entre unos y otros y, a veces, se pegan unos y otros sin ningún motivo y eso es un poco la novela, o al menos ese fue mi intento.

El nombre es La guerra civil que supone bandos, y me parece que esta es una guerra civil muy disparatada inclusive para nosotros que estamos dentro de una guerra civil sin darnos cuenta. Traté de pensar a un personaje que fuera todavía más disparatado que lo que normalmente veo por la calle y que la chispa de esa guerra civil pueda producirse a partir de un tipo que está encerrado en su casa, lo cual no deja de ser bastante loco.

Me interesa mucho lo cerrado porque me da la impresión que los seres humanos estamos cada vez más tiempo encerrados y menos tiempo compartiendo cosas afuera con los demás. En la novela está muy bien marcado ese afuera y ese adentro y la creencia de este personaje de que porque cierra con dos vueltas de llave la puerta el afuera queda afuera. La novela se propone descubrir esa falsedad: no hay afuera y adentro, es un todo y cuando hay problemas, los problemas llegan a todos los lugares. El adentro es la manera en que veo la tendencia en el mundo. La relación entre los seres humanos es cada vez más virtual, menos real.

Hay de todo para pensar sobre lo que estamos viviendo. También estamos viviendo unos cambios tecnológicos que son colosales en el sentido histórico. Y precisamente porque nos toca vivirlos en el presente, no nos damos cuenta de todo lo que significa. Estoy sentado acá, vos me hacés una entrevista en un lugar que yo veo en mi computadora en mi casa de Constitución todos los días para enterarme de las cosas y eso es algo que si yo se lo tuviese que explicar a mi abuela que murió hace unos años, no lo entendería jamás, porque ella recibía el diario La Razón a la tarde, se enteraba de las cosas que pasaban en Buenos Aires un día después, imagínate el cambio colosal que eso significa y cómo eso nos ha cambiado la vida. En ese sentido la literatura es un lindo lugar para instalarse y sentarse a escribir, no porque tenga respuestas, además a mí no me gusta la literatura que responde cosas, pero sí porque tengo un montón de preguntas.

Claro. A mí me gusta la literatura que la tiene que hacer el lector. Soy un amante de El Quijote y he dado talleres y he escrito mucho y he aprendido a escribir con El Quijote. El Quijote tiene una cosa formidable que es que vos juntás a veinte personas como yo juntaba en un taller y leemos todos un capítulo y no hay posibilidad de ponerte de acuerdo con el otro acerca de lo que leíste. En ese sentido, esa literatura está más cerca del arte que la del siglo XX, que es una literatura de respuesta básicamente, donde la gente leía un libro para gozar con el develamiento de una verdad que supuestamente un gran pensador le decía en forma de novela. A mí esa literatura no me gusta, me gustan los libros que necesitan un lector muy activo. Creo en una literatura mucho más cercana al arte donde el lector tenga que hacer un aporte de significación importante para darle un sentido a eso que está leyendo y que se produzca la obra ahí, en la cabeza del que lee, no en la del tipo que escribe.

El protagonista es un señor que no sólo lee las manos, sino que tatúa las manos, hace arreglos en las líneas del destino de las manos para cambiarles el destino a las personas que lleguen a visitarlo. Las personas que llegan a visitarlo llegan con un problema muy definido y él tiene que encontrar la manera de escribir ese cambio que le están pidiendo que haga para que el destino lo pueda comprender y hacer. Ahí hay todo un trabajo con lo que es escritura y lectura, pero también hay un esfuerzo personal del tipo por entender lo que le pasa al otro. El tema es que la novela transcurre en un día, desde la mañana hasta la noche, y es un día muy especial para ese personaje, porque es el día que su pareja lo deja y está en un día muy complicado y entonces toma decisiones extremas que en otro momento no hubiera tomado, como tomamos todos si nos deja un día nuestra pareja. En esos cuatro pacientes, cuatro clientes, supongo que hay un poco de todo y un poco también de la problemática que puede tener una persona seriamente.

Tal vez para un lector normal mis libros son distintos, pero para mí en el fondo todos hablan de lo mismo. Por lo general mis personajes son personajes muy aislados, a los cuales les cuesta mucho comunicarse, a los cuales les cuesta el amor, que es otro tema recurrente en mis libros. Tengo un libro que es el que siguió a Mas liviano..., que es Fernández mata a Fernández, que aunque ocurre afuera es un ambiente tan cerrado el que se arma, que es una forma del adentro que he descubierto. La gente que sigue saliendo más que otra en este momento, casi siempre sale a los mismo lugares, se encuentra con la misma gente y hace las mismas cosas: eso es una forma del encierro también. Ya es muy difícil el encuentro casual con la aventura urbana.

El tema del amor es un tema que me impresiona y creo que no es un tema tan presente en la literatura argentina, históricamente. En lo personal me impresiona porque yo no tengo respuestas para un montón de cosas. Sí supongo que el amor podría ser una respuesta para todos estos problemas que me interesan y de los cuales escribo, que es la incomunicación, la falta de diálogo y la violencia. Sin embargo, el amor es algo que nos ha quedado como muy incómodo, muy difícil de entender, muy difícil de hacer. También me interesa porque también puede llegar a ser un rasgo de esta época, el tema de cómo entendemos el amor, cómo lo vivimos y cómo lo hacemos, creo que es uno de los grandes temas de esta época. De algún modo podría ser el encuentro y la salida: el amor es lo que te hace dialogar con otra persona en muchísimos sentidos. El amor también está sufriendo un montón de problemas de época, del avance de la tecnología, de la comunicación, del encierro.

En lo personal no creo para nada en el destino, creo mucho más en la voluntad. La voluntad es importante, la voluntad me hace hoy estar acá presentando un libro y no creo que nadie haya diseñado eso para mí. Sí creo que el destino es una palabra importante y es una significación importante para lo argentino. Recuerdo de chico cuando iba a la escuela, es otra generación y otro país, que estaba muy claro desde nuestra educación de argentinos que había un destino para este país y que ese destino era un destino de grandeza: Argentina iba a ser un país enorme, gigante y donde todos íbamos a ser felices. Creo que en la política se usa mucho todo un material que tiene un anclaje que ya no existe y que tiene que ver con el destino. Todavía uno escucha en la radio, la tele, los diarios o los diarios digitales políticos que dicen que tenemos de todo, que tenemos una gente bárbara y hablan de un destino que no puede ser malo, y creo que hablar del destino en el fondo es no hacerse cargo de las cosas. Es otra manera que tuvimos los argentinos para no hacernos cargo de nada. Como en el fondo todos sabemos que en algún momento este país va a ser grandioso, no hacemos nada en el medio.

Extraño oficio el de Schnagel: salva los errores que el Destino imprime en las palmas de las manos de quienes acuden a pedirle ayuda. Es una suerte de corrector e incluso, como él mismo prefiere definirse, es algo más: un destino paralelo, un contrincante capaz de trabajar a escala humana para restaurar cierta justicia que su gran enemigo ha dejado de lado. Por eso, Schnagel tatúa nuevos trazos y reescribe la ventura de sus pacientes.

Sin embargo, un buen día, tal vez un poco por despecho o por malestar personal, a Schnagel lo acaba de dejar su mujer decide ir más lejos y jugar cartas fuertes con dos pacientes que no le caen bien. Y como nada es gratuito en la vida, y menos en cuestiones de buena o mala estrella, la reescritura de esos destinos desencadena un efecto dominó de consecuencias inusitadas: se desata una salvaje batalla nacional de todos contra todos y de la que nadie está a salvo.

Entre la historia de Schnagel un día a día que se debate entre recuperar ese amor que parpadea intermitente y la batalla privada con el devenir de sus pacientes y ese marco de locura inexplicable que hace de un país una verdadera exhibición de atrocidades, Federico Jeanmaire compone una vez más un universo con reglas propias en el que el Destino tiene la última palabra. Una novela que lo confirma como uno de los escritores más importantes y personales de la literatura argentina con proyección internacional. Eso, y mucho más como en toda su obra, es La guerra civil.

Federico Jeanmaire nació en Baradero, provincia de Buenos Aires, en 1957. Es licenciado en Letras y ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Siglo de Oro, fue becado en 1990 para trabajar en la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, en Madrid. Ese mismo año su libro Miguel, una biografía ficticia de Cervantes, fue finalista del Premio Herralde de Novela. Entre otros, ha publicado Un profundo vacío en el pie izquierdo (1984), Desatando casi los nudos (1986; reeditado por Seix Barral en 2007), Montevideo (1997), Una virgen peronista (2001), Papá (2003; reeditado por Seix Barral en 2006) y La patria (Seix Barral, 2006). Con su novela Mitre (1998; reeditada por Seix Barral en 2005), obtuvo el Premio Especial Ricardo Rojas a la mejor novela argentina escrita entre 1997 y 1999, galardón otorgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Asimismo, después de veinte años de estudio, publicó Una lectura del Quijote (Seix Barral, 2004), un ensayo que lo confirmó como uno de los mejores lectores de Cervantes. En 2008 obtuvo el Premio Emecé con su novela Vida interior y en 2009, el Premio Clarín de Novela con Más liviano que el aire.