Perdidos en la crisis

Por Gustavo PerilliArgentina se encuentra en una trampa: la suba de las tasas de interés borraron el crédito y si las ventas se paralizan, el próximo paso será la pérdida de puestos de trabajo

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Philip Seymour Hoffman

se consideraba un perfeccionista cuando sostenía que toda entrada en escena es siempre una primera vez (no repetía tomas, las volvía a hacer luego de someterlas a revisión y análisis). Mientras leía con sorpresa y cierta tristeza la noticia de su fallecimiento, reflexionaba acerca de lo lejos que los protagonistas de los vaivenes de la economía (políticos, economistas, familias y empresas) se encuentran de las exigencias que se autoimponía Hoffman. Entrando más en el meollo de la cuestión, también pensé en la

dificultad adicional que introducen las verdades relativas

, derivadas de las

limitaciones del entendimiento y la transmisión de información

al recordar la duda de una periodista cuando, lisa y llanamente, me preguntó si: 1) ¿"la gente" percibe el desequilibrio económico (déficit fiscal, por ejemplo)? y 2) ¿sabe qué hacer cuando lo comprueba (comprar dólares, propiedades o títulos, por ejemplo)? Sin admitírselo y sin dudar respondí hacia mi interior: "No lo creo". Reflexionando sobre estas

limitaciones reales de la comprensión de relaciones complejas

, recordé también la exposición de

Richard Feynman

(premio Nóbel de Física de 1965) sobre las causas de la tragedia del Challenger de 1986, cuando, reconociendo estos límites, escogió un ejemplo concreto: probar la resistencia de las juntas tóricas en un vaso con hielo para explicar cómo las bajas temperaturas provocaron la catástrofe. Dado que estas pruebas en economía no son posibles de realizar, la

probabilidad de fabular y direccionar voluntades

es, simplemente, infinita.



Desde esa meta compleja que siempre tiene por delante para captar la esencia de las ciencias sociales y sus vericuetos, condicionado por su eterna percepción de "sentirse robado" (por el Gobierno de turno, por lo general), es

poco probable que el individuo tome decisiones sin influencias (sin televisión), sólo a través de la lectura de esas inconsistencias macroeconómicas

(déficits e inflación). Como no lo hace y escucha atento espasmódicas

oleadas de repeticiones

que Hoffman hubiera rechazado, luego pasa a ser el generador endógeno de inflación y "corridas cambiarias" que, en poco tiempo y por diversos canales,

repercutirán negativamente

en el bienestar material del mismo individuo que hizo lo que se le inculcó. Argentina se encuentra en esta

trampa: la suba de las tasas

de interés borraron el crédito (cuotas con tarjetas, por ejemplo) y

si las ventas se paralizan, el próximo paso será la pérdida de puestos de trabajo

(incremento del

).



No existen fórmulas mágicas e instantáneas, ni se interpretan bien los desequilibrios si "los megáfonos sociales" no lo indican. Tampoco se puede decir lo contrario (que no se entiende nada) porque, hasta hace poco, no se dudaba que los automóviles alemanes eran demasiados accesibles (pese a que luego no se entendiera que la situación era temporaria). Se complica más la comprensión si no se tiene en cuenta la confusión típica que incorpora la naturaleza de la política


económica (hasta en los sistemas más estables): 1) sus retardos y la ausencia de perspicacia política (Dornbusch, 1986 y otros) y 2) los

choques

generados entre metas individuales y sociales: ¿

quién está dispuesto a aceptar más inflación para que haya más empleo

? (Tinbergen, 1968). Por último, se vuelve todavía más sombría la situación cuando se actúa de manera inmoral. Por ejemplo, tiempo atrás una reconocida empresa automotriz vendió 4.000 vehículos utilitarios a Venezuela y


luego, por la reducción de su stock y la suba de precios, responsabilizó al Gobierno por su relación con este país: los concesionarios debieron repetir ese mensaje al cliente, la empresa ganó y la sociedad perdió. Todavía más

grosero es cómo se determinó el tipo de cambio en el mercado informal

: el famoso

que cotizó hasta en una reconocida casa de suéteres a media cuadra de la calle Florida.



Como no hay un momento preciso porque no es un síntoma puntual como un dolor de espalda, los

desequilibrios y sus necesarios procesos de ajuste

(vocablo típico de economistas) se transforman en una herramienta que luego es

utilizada para capitalizar poder

porque se diagnostica y emplea de manera arbitraria: no existe un momento justo sino el que sirve para la defensa de los intereses individuales.



Desde los tiempos de "la

gestión Lavagna

", los indicios de

inflación y el manejo de las estadísticas

oficiales estuvieron presentes tanto como el

abundante ingreso de divisas

(gracias a la situación global de ese entonces) que hacía que la disminución del tipo de cambio no tuviera "piso" (hoy parece no tener "techo"). Posteriormente, el

déficit fiscal hizo su aparición y hubo una corrida hacia el área del dólar

por la crisis internacional (sufrida también por Brasil). Con estos elementos presentes, según la teoría que con frecuencia todos esgrimen (desde técnicos hasta los conocedores de la calle: los mismos taxistas que hace más de una década seguían el riesgo país), los individuos deberían haber demandado reservas "rabiosamente" ante esas incipientes inconsistencias. Sin embargo no ocurrió, sino hasta fines del tercer trimestre de 2011 cuando, además, dramáticamente entró en escena la primera versión del

"cepo cambiario"

. Con el lema "corramos que hay déficit fiscal e inflación", se deshicieron los escasos vestigios de armonía social que aún quedaban tras su gradual deterioro desde su comienzo en "la gestión Lousteau". En paralelo, el Gobierno seguía sin entender que un

cierre parcial de la brecha fiscal

(o al menos muestras de ello) o un virtual interés por combatir la inflación (en vez de negarla), mientras comunicaba cuidadosamente sus medidas de política económica tendientes a modificar la estructura, posiblemente

hubiera servido

para "desactivar un artefacto" que, actualmente, parece estar a punto de estallar.



Es de este modo como la

transmisión social de la información

y la eterna

búsqueda del poder

de los grupos que se encuentran fuera y dentro del Gobierno compitieron estos últimos años para dejar a la

economía en la puerta de "la sala de terapia intensiva"

. Desde los ámbitos oficiales

se descuidó la administración de las expectativas

, mientras que en los sectores políticos de la oposición se desvirtuaron definiciones, el sentido de las medidas y hasta la historia misma. La transmisión de la información constituyó "la autopista" por donde transitaron los intereses sectarios, mientras la sociedad repetía confundida lo que "salpicaban las pantallas". La contribución al cercenamiento del bienestar social introducido por una

crisis cambiaria innecesaria

es el resultado irónico de esta realidad, mientras que el elemento grotesco proviene de afirmaciones que se preocupan porque la crisis estanca la inversión inmobiliaria de Punta del Este (cuando se sabe que una inmensa porción de esos fondos no están declarados) o provoca una interrupción abrupta de su temporada de verano y sus actividades típicas.



No es el individuo el que percibe el desequilibrio y corre, sino

"reconocidos pesos pesados" los que se lo explican sutilmente

, además de correr ellos mismos por montos que "retuercen" la estructura del mercado de cambios. Las mayorías empiezan a actuar justo como Hoffman no lo hubiera querido al repetir y pensar que "todo vale" por la supuesta inmoralidad gubernamental. Luego, la

devaluación esperada

, explicada por modelos académicos sofisticados, confirma la inexistencia de "techos" para el tipo de cambio futuro. La

economía se paraliza, la estanflación genera desempleo e inflación y la sociedad retrocede

. En cuanto a esta secuencia de efectos, más que premonitorias han sido las palabras del pionero del periodismo argentino cuando, casi con mea culpa, señalaba que "los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice" (Mariano Moreno,

Plan de Operaciones

).




(*) Gustavo Perilli

es economista, socio en

y profesor de la UBA



Twitter:

@gperilli