Las mujeres como remedio contra la crisis

Ricardo Crespo es profesor del área de economía del IAE Business School e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Doctor en Economía por la Universidad de Amsterdam y Doctor en Filosofía por la UNCN (Mendoza)

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De no ser por mi colega y amiga holandesa Irene van Staveren, nunca hubiera pensado ni escrito sobre este tema. Mi conexión con ella proviene del interés común en la filosofía de la Economía. Ambos basamos nuestros trabajos en varias ideas aristotélicas que nos sirven para luego ir desarrollando nuestros argumentos éticos y epistemológicos. En un encuentro no muy lejano, Irene me dijo: "En 2010 se hace el Congreso de Economía Feminista en Buenos Aires. ¿Por qué no presentamos algo juntos?".

La invitación fue suficiente como para impulsar mi curiosidad para investigar las ideas femeninas sobre la Economía. Un tiempo después, comenzamos a intercambiar visiones sobre el tema y desarrollo de nuestra presentación. La ponencia finalmente fue entregada en ese congreso.

Las crisis son oportunidades magníficas para advertir que las conductas que las provocan son erróneas y que finalmente repercuten sobre las mismas personas que las llevan a cabo. Se tratan de fenómenos sociales complejos en donde intervienen elementos técnicos, sociológicos, psicológicos e históricos y también éticos, como una red de causas.

Ante los problemas, el hombre o la mujer no reaccionan racionalmente y se despiertan distintas actitudes que pueden llegar a afectar los mercados. Los problemas financieros que arrastramos desde hace unos años -y ahora la crisis europea- han obligado a los economistas a reconocer que hay factores fuera de su ciencia que inciden fuertemente sobre la economía real.

Entre los factores está el comportamiento humano, que permitió, sin reparos, los excesos en los préstamos, la flexibilización de normas que luego tuvieron graves consecuencias para la sustentabilidad de importantes instituciones; o también el otorgamiento de incentivos desproporcionados a operadores o trucos en los procedimientos contables que lograron esconder los verdaderos números del sistema financiero.

Tanto la deontología y el utilitarismo, tal vez las dos éticas más presentes en nuestro tiempo, no lograron prevenir la crisis en la que estamos inmersos. Pero, al mismo tiempo, una ética profundamente arraigada en nuestra sociedad hubiera frenado o aminorado la crisis. Nuestra pregunta de investigación entonces fue: "¿Qué tipo de ética es la adecuada para mitigar la crisis?".

La ética utilitarista es la que predomina hoy en día. Hay diversos tipos de utilitarismo, pero la idea central es que el bien de una acción se mide por sus consecuencias benéficas sin importar la moralidad de la acción en sí. Este tipo de ética lejos de evitarlas, genera estas crisis.

Otras alternativas tampoco probaron ser preventivas. Una ética de principios o deontológica, aunque pone un cierto freno, no es capaz de evitar la crisis porque: "hecha la ley, hecha la trampa". Se trata de una "ética de mínimos".

Pasamos entonces a la ética aristotélica, una ética que incluye el ejercicio de virtudes. Por definición es una ética de máximos: no se conforma con cumplir unas reglas sino que siempre procura hacer lo mejor. Algunos incluyen dentro de esta ética de virtudes a la ética femenina, llamada también ethics of care o mothering ethics. El nombre lo dice todo: la ética femenina pone el énfasis en el "cuidado" por el otro, en evitarle un perjuicio o daño a los demás y en la cooperación.

Estas actitudes, que podríamos decir que se encuentran más afines a las mujeres, se contraponen a la conducta propia de los hombres. A diferencia de la mujer, el hombre tiende a guiarse y a conducirse según una serie de "reglas" y "deberes". Sólo a través de la "ética del cuidado", que es más cercana al comportamiento de la mujer, se pueden contrarrestar los comportamientos erróneos que están en la raíz de lo que sucede en las crisis.

Las dos primeras éticas -utilitarista y kantiana- son fundamentalmente individualistas. El individualismo hace olvidar al hombre que es un ser relacional y lo encierra en su mundo. Se dedica a satisfacer, ante todo, sus propias necesidades y deseos, preocupándose poco de los demás. Algunos rasgos de este pensamiento los podemos encontrar detrás de la burbuja que se armó con la especulación inmobiliaria, de la toma excesiva de riesgos, de los artilugios contables, de los bonus desmedidos. Es obvio que en estas realidades existe un trasfondo individualista.

Hace unos años, el filósofo moral Bernard Williams acuñó la terminología de conceptos morales thick y thin. Los primeros, "densos", son los más obvios: por ejemplo, nadie duda de que la crueldad y la tortura son malas. Los segundos, thin, son más sutiles, pero también son negativos. En el párrafo anterior aparecen varias expresiones de ellos: "especulación", "excesivo", "artilugio", "desmedido". Por ser más sutiles, se deslizan más fácilmente y la persona va cayendo en ellos casi sin darse cuenta.

Por eso, la ética que mitigaría la crisis es una ética elevada y algo sutil, que requiere una gran finura para advertir y evitar lo que está mal. Que no se conforma con evitar el mal, sino que siempre busca lo mejor. Es una ética a la que no le basta cumplir con mínimos sino que se esfuerza siempre por hacer lo mejor. Es una ética de virtudes que es perfeccionista.

Históricamente hubo muchos ataques al llamado "perfeccionismo moral", pero los hechos nos demuestran que es lo único eficaz. ¿Estarán los europeos preparados para practicarlo? Quizás deberían observar un poco más las ventajas de la ética femenina.